La grandeza del Real Madrid salta hecha pedazos. La degradación institucional a la que ha sido sometida la casa blanca en los últimos años está empequeñeciendo a un club que siempre presumió de señorío, elegancia y altura de miras. Ahora, en estos tiempos oscuros de Ramón Calderón en la presidencia, se ataca sin cesar a los árbitros en una actitud impropia de un trasatlántico del fútbol mundial.
Lo que está ocurriendo estos días demuestra que el hábito no hace al monje, pero que el monje sí puede ensuciar el hábito. La poltrona del Madrid no regala señorío a quien la ocupa, pero quienes en ella se sientan sí que pueden manchar la respetable institución.