Conocí a Enrique Tenreiro hace ocho años. Un día se plantó en la delegación coruñesa de este periódico diciendo que iba a llevar una escultura suya al punto más alto de Galicia. Este tipo de historias disparatadas son el pan nuestro de cada día en este oficio. Pero esta iba más allá. El personaje pertenecía a una familia ilustre (su abuelo es Antonio Tenreiro Rodríguez, arquitecto del edificio del Banco Pastor) y lo planteaba como una acción artística. Acababa de cumplir 40 años y pretendía superarlo llevando su pieza a Peña Trevinca, a 2.127 metros de altitud.
Tras las primeras risas, las segundas y las terceras vimos que la cosa iba en serio. El hombre quería salir en el periódico. ¿Y si llevo una bandera de La Voz y la pongo allí? Pues venga. Dicho y hecho. La hazaña tuvo lugar el 5 de febrero. El 11 aparecía reflejada en el suplemento Extra de ese periódico. «Escalada contra la crisis de los 40», rezaba al titular. Hoy lo podríamos retitular como «El principio de todo».
Aquella fue la primera vez de las muchas veces que vinieron luego. El escultor y pintor le cogió gusto a este tipo de retos. Emprendió una sucesión de performances artísticas. Sí, todas esas que se repasaban ayer con ahínco en los periódicos de fuera de Galicia, rastreando la información publicada en La Voz. Porque aquí se han documentado todas sus locuras. Desde el día en el que se puso a tomar el sol con toalla y bañador en la Fundación Barrié en pleno febrero, a la noche en la que se representó su propio funeral en Santiago. También su procesión con una cruz a cuestas para denunciar el calvario de la Cidade da Cultura, o cuando se metió dentro de una nevera en la calle Barcelona en homenaje La cabina (1972), el cortometraje de Antonio Mercero. Y muchas otras más.
En cada una de ellas su gente más próxima le decía que un día iba a tener problemas. La no tan próxima avisaba a los periodistas «que le reímos las gracias», que estábamos ante un farsante y un impostor. Él decía que le daba igual. Y con esa sonrisa contagiosa tan suya te ganaba. En una entrevista con Pablo Portabales se definió: «Soy buena persona y creativo». Lo clavó. Porque en efecto, Tenreiro es un buen tío, de esos que te gusta encontrar y que se hace querer. Aunque siempre tengas ganas de decirle que tenga cuidado, que va a acabar metido en un lío.
El jueves, cuando las imágenes de su paloma roja sobre la tumba de Franco se hicieron virales, me quedé perplejo. Pensé que esta vez la había liado. Pero de verdad. Al hablar con él, sin embargo, la sensación que me quedó es que simplemente se trata de una anilla más en una cadena que va a seguir. «¡Salí en el New York Times!», me decía. Y juraría que en su cabeza está preparando el siguiente paso.