
El propietario del restaurante Miga tiene 32 años, su pareja es cirujana, y dice que le gusta comprar flores
14 ene 2019 . Actualizado a las 10:10 h.A su pareja, que es cirujana vascular, le encanta la cocina. A él, que es cocinero, confiesa que le hubiese gustado ser médico. «Mi mujer maneja el bisturí y yo los cuchillos», comenta con buen humor Adrián Felípez Agrelo. Acude a nuestra cita con un pequeño ramo. «Soy romántico, me encanta ir a comprar flores. Soy sensible, a veces demasiado», asegura. En abril cumple 33. Es un chaval. «Estoy en mi mejor momento personal y profesional. Me gustaría tener hijos pronto», afirma este cocinero nacido en Carballo y que a los 11 años se estableció con su familia en Baldaio. «Mi sueño es tener una casita con un huerto y un pequeño restaurante allí, al lado del mar. Y compartirlo con Cristina y con Pincho (su teckel)», se sincera. Luce un llamativo aro negro en el lóbulo de su oreja izquierda. «Antes llevaba cantidad de pírsines pero me los fui quitando, era una pasada. Tengo muchos tatuajes. Me gustan y seguiré». También es de los que aprecian el buen vestir. «El mundo de la moda me atrae, pero nunca dejaré de pagar un buen plato de comida por comprarme unos zapatos. Los pantalones chinos marrones son mi prenda fetiche», confiesa Adrián, que es miembro del grupo Coruña Cociña. «Recuerdo cuando en el escenario del Fórum Gastronómico Pablo Pizarro se refirió a mí como guaperas, me pareció fatal».
Tres estrellas Michelin
Dice que en su casa se cuidan bastante. «Entre lo que yo sé de cocina y lo que sabe Cris de alimentación, que es muy cuadriculada, apostamos por platos sanos», apunta Adrián, que iba para artista. «Me gusta mucho la pintura y tengo alguno de mis cuadros colgados en casa, pero finalmente me decanté por la cocina. Estaba en un piso de estudiantes en Santiago y les gustaba lo que cocinaba. Creo que influyó el ambiente familiar y que en casa de mis tías siempre estaba entre tarteras. Me apunté a la escuela Lamas de Abade y a los tres meses supe que era lo mío», recuerda. Dice que fue «muy gamberro. Trabajé en la tienda de Levis para ganarme un dinero extra».
«Adelgazo más trabajando que yendo al gimnasio»
Su primera cocina fue la del hostal de los Reyes Católicos y de ahí lo mandaron a un parador de la Costa Brava. «Aquello se prolongó cinco años. En el Rems, en Calella de Palafrugell, aprendí todo sobre los arroces. Trabajé una semana gratis en el Bo.TiC y me contrataron. Cuando le dieron la estrella estaba allí. También me coincidió estar en el Celler de Can Roca cuando obtuvo la tercera estrella», relata Adrián. Ahora dice que no soporta «comer mentiras. Aprecio las cosas de verdad. Escapo de las cosas cool. Para beber champán y vino blanco. Y, para comer, nada de esencias, aires o esferificaciones. Las mejores esferas son los garbanzos de mis callos, que compro en Casa Cuenca», sentencia. Ahí lo tienen, en la mítica tienda de Pontejos.
Mucha Miga
De vuelta a Galicia, entre otros lugares, trabajó en el Gran Hotel de A Toxa y hasta montó «un gastroconsulting antes de que existiese Chicote». Por fin se decidió a abrir un restaurante en la plaza de España al que bautizó con el nombre de Miga y que ahora mismo es una de las referencias gastronómicas de la ciudad. Pero no fue un camino de rosas. «Pensé en tirar la toalla. Tuve que cambiar la campana tres veces, por ejemplo. Estuve una semana hospitalizado por culpa del estrés. Los primeros ocho meses fueron tremendos. Yo soy cocinero, no empresario», recuerda. El arroz, las gildas de bonito, las setas, la cacheira prensada, el pisto con huevos rotos, los erizos o las setas son algunos de sus platos estrella. «Cuento con un equipo muy bueno y una clientela fiel, de la ciudad», asegura Adrián, que suspira cuando piensa en el arroz con berberechos de su abuela. Dice que tiene poco tiempo para hacer deporte. «Antes practicaba surf dos o tres veces al día y ahora diez al año. De todas formas, adelgazo más trabajando que yendo al gimnasio».