Las instituciones benéficas ven como día a día se van vaciando sus despensas
04 oct 2020 . Actualizado a las 19:20 h.El coronavirus mata a gente, deja con secuelas a muchos que se vieron contagiados por la enfermedad y también afecta gravemente a la economía. Muchas empresas incluso se han visto obligadas a optar por los despidos, y la precariedad va ganando terreno entre las familias lastradas por el desempleo.
El drama social se hace cada vez más visible y las instituciones benéficas ven cómo día a día sus despensas se van vaciando porque las donaciones no alcanzan y porque las colas a sus puertas para comer crecen de forma desproporcionada.
A los que esperan por los alimentos y otros productos de primera necesidad no les queda más remedio que acudir «si no queremos morir de hambre», cuenta Iván, un joven de 27 años que trabajaba en el puerto y tras el confinamiento «me comunicaron que no bajase más al Muro, que no había trabajo».
«Estamos pasando hambre»
José Luis, de 42 años, es camarero. Vino desde Ourense con su familia en noviembre del año pasado: «Me ofrecieron mejores condiciones económicas aquí». Pero todo se trastocó. El 15 de marzo, un día después del inicio del confinamiento, «me dijeron que me tenía que ir, que ya veríamos lo que pasaba cuando se levantase el encierro. Pero aún continúo esperando». Cobra solo la ayuda familiar, 230 euros, y ya acumula una deuda de 2.500. «Solicité todas las ayudas que anunciaron, pero las oficinas públicas están o cerradas o colapsadas», denuncia con rabia.
Alberto, de nacionalidad peruana, ya no puede más: «Tengo mujer y una hija de 10 años, y estamos pasando hambre». Es marinero del cerco, «pero no se gana nada, y a nosotros no nos pueden enviar a un ERTE porque formamos parte de una actividad esencial», explica.
Luis Reyes llegó de Colombia escapando «de la muerte» con su mujer y dos hijas. Tenía un negocio y le extorsionaban. Tenía planes y trabajo en A Coruña, «pero todo se vino abajo por el covid-19». Ni siquiera su familia, que reside en el país sudamericano, «conoce mi desesperada situación, no sabe que tengo que venir a la Cocina Económica a comer», lamenta.