José Luis Ducid: «Quizás yo sea hombre de pandemia, un corcho que se mantiene a flote»

FErnando Molezún A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

ANGEL MANSO

El escritor argentino-coruñés publica su particular diario del confinamiento

28 sep 2020 . Actualizado a las 23:25 h.

A José Luis Ducid, a pesar de todo, la pandemia no parece sentarle del todo mal. El polifacético artista de acento porteño gestó durante el confinamiento una especie de diario pandémico desde su ático del Orzán y finalmente el fruto de esta gestación ha sido libro, por obra y gracia del micromecenazgo, que ahora se distribuirá en librerías. Una historia entre la acidez y la ternura titulada Alerta en el Orzán por la que el autor tuvo que pagar un alto precio sentimental y en cuya adictiva lectura uno no puede dejar de preguntarse hasta qué punto Ducid es un genio superviviente o un terrible embustero. Ayer se inauguró en la Fundación Luis Seoane una exposición de la obra gráfica que acompaña a esta novela, y todo en el mismo fin de semana en que se estrenaba en el Festival de Cine de Ourense la última película de Ducid, Selected Milk.

-Parece que la pandemia le ha salido creativa...

-Quizá yo sea un hombre de pandemia, un corcho que siempre se mantiene a flote. ¿De qué me quejo entonces? Estoy haciendo lo que más me gusta, que es contar historias.

-Las cuenta por wasap y se terminan convirtiendo en libros. ¿Cómo se gestó Alerta en el Orzán?

-Cuando anuncian el confinamiento, el viernes 13 de marzo, me enfadé y comprendí que empezaba algo que no iba a ser fácil de desarmar, que no iba a ser una gripe pasajera. Vi claro que los que estamos alrededor de la gran verbena cultural íbamos a tener que replantearnos todo. Así que escribí una especie de declaración y se la mandé a un par de amigos. Al día siguiente seguía teniendo ganas de escribir, y volví a hacerlo. Y sin que yo lo supiese, mi hermano adoptivo Álvaro Dorda empezó a publicar estos escritos en su muro de Facebook. No fue hasta que pasaron unos cuantos días que me dijo lo que había hecho y que estaba teniendo gran aceptación.

-Se hizo viral sin usted saberlo.

-No es que se hiciese viral, pero tuvo su impacto, con unas 2.000 lecturas diarias. Yo me di cuenta el día que murió Aute. Solo publiqué unos versos de una canción suya y me llovieron mensajes diciéndome que cómo me atrevía, que estaban esperando mi historia de cada día. Fueron más de 400 mensajes por distintas vías reclamándome que siguiese con el relato, como si fuese la homilía de cada día.

-¿Cómo explica ese éxito?

-Lo que marca todo es la condición en la que se produjo. Se dieron varias condiciones para que todo funcionase: un público cautivo, con tiempo y aburrido, y que la situación nos igualó a todos. En otras condiciones ni habrían reparado en un texto como este.

-Define este libro como un trabajo colectivo.

-Lo es, y lo mejor es que fueron colaboraciones espontáneas, de gente que incluso apenas conocía. Ahí están los trabajos de Inés Taboada Vizcaíno, David Carballal y Álvaro Dorda, o el prólogo de Cristina Tobío; además de la gente que durante el proceso puso su granito de arena, como Pablo Rega, que participó poniendo música y sonido a cuatro vídeos, o Santiago Vilas, que me cedió unas fotos que hizo de la calle del Orzán durante el confinamiento, y muchos más de esta cosmogonía del Orzán.

-La gente se involucró en serio en la historia.

-Eso fue lo más poderoso del asunto y tuvo que ser producto del cariño, no lo dudo, pero sobre todo del consumo indiscriminado de alcohol en las casas durante la cuarentena. Empecé a ver que tenía poderes como literato, cosa que nunca me había pasado. Llevo cinco libros publicados y nunca he vendido un carajo, siempre me he muerto de hambre. Así que comenté en mi relato que se me había acabado la botella de Johnnie Walker, y me llegaron al día siguiente cinco botellas a casa. Todo eso vino por el espíritu que surgió por la situación de miedo que vivíamos.

-Ese espíritu y los aplausos y demás, no siempre quedan bien parados en su libro.

-Actualmente todo va a una velocidad vertiginosa, también la apropiación de los discursos. Todo pasa a ser rápidamente un anuncio de helados. Hasta hubo que lanzar rápidamente la canción oficial, Resistiré, aunque yo habría preferido Saca el güisqui Cheli. Lo que nace con una sinceridad absoluta, como fueron esos aplausos, terminó en apenas un mes convertido en un tic, sin más. Había aplausos sinceros, pero también mucho escaparate, mucha impostura. Todo fue domesticado. Y así ganó en extensión, pero perdió en significado.

«A Coruña me voló la cabeza con su mezcla de gallardía y canallesca»

Nacido en Buenos Aires en 1969, José Luis Ducid lleva siendo parte fundamental de la cada vez más enclenque bohemia coruñesa desde mediados de los noventa.

-¿Cómo termina un argentino en A Coruña?

-Pobre y loco, así termina. Soy uno más de los que escaparon de una de las cíclicas debacles que azotaron Argentina. Era joven y quería hacer cine, y eso se conseguía solo en Estados Unidos y Europa. Mi padre era gallego, de Monforte, así que tenía la nacionalidad española. Y con 25 años me vine porque las dos grandes escuelas de imagen y sonido que había aquí estaban en Barcelona y A Coruña. La Escola de Imaxe e Son era un lujo absoluto, en sus primeros años fue una historia experimental muy fuerte.

-¿Qué encontró en A Coruña que le hizo quedarse?

-La ciudad me voló la cabeza, me pareció un sitio milagroso, una mezcla de gallardía y canallesca concentrada en un espacio que es casi una isla. Me sentí muy acogido y querido. Pero cometí el grandísimo error de irme a Cataluña al cabo de unos años, y volví a Argentina, donde me pilló el corralito. Argentina es una trampa, al menos para mi. Allí perdí el hilo y cometí el mayor de los pecados, me casé. Terminé regresando cuando el euro ya estaba aquí y la ciudad había cambiado mucho. Ahí sentí nostalgia en el sentido etimológico del término, dolor por el regreso, porque me encontré con que todo lo que recordaba estaba en plena decadencia. Y hasta hoy. Aunque puedo asegurarte que no me volveré a ir de aquí.

-A pesar de que dice que la ciudad se está hundiendo.

-Pues que se hunda conmigo. Ya le fui infiel a la ciudad una vez y pagué el precio. No volveré a hacerlo, me quedo.