Antonio Pampliega, en A Coruña: «Los corresponsales somos yonquis de la guerra»

Lucía Cancela
Lucía Cancela A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

ANGEL MANSO

El periodista especializado en zonas conflictivas, que participa en el congreso Lo que de verdad importa, fue secuestrado en el 2015 por un grupo terrorista en Siria

27 may 2021 . Actualizado a las 19:22 h.

Antonio Pampliega es un corresponsal de guerra que en julio del 2015 fue secuestrado en Siria, junto a sus dos compañeros, Ángel Sastre y José Manuel López, por el grupo terrorista Al Qaeda. A partir de ahí, vivió un cautiverio de 299 días en los que pensó que acabaría siendo asesinado. El periodista visita la ciudad de A Coruña para participar como ponente en el Congreso Lo que de Verdad Importa, organizado por la fundación María José Jove, que tendrá lugar este viernes en el Palexco. 

— ¿Siempre ha querido ser periodista?

— Sí, pero periodista deportivo. Cuando era joven siempre había querido cubrir una Eurocopa, o unos Juegos Olímpicos... y al final, terminé en zonas de guerra.

— ¿Salió por casualidad?

— Mi intención surge de una conferencia que yo recibo en noviembre del 2001 a cargo del fotógrafo iraní Reza, porque en octubre había ocurrido la invasión de Afganistán. Él estuvo en los años 80 cubriendo la guerra contra los rusos y nos puso sus fotografías y vídeos. Inmediatamente, yo pensé: «Quiero hacer lo que hace él». Y con 25 años, en el 2008, me fui a Irak.

— ¿Y cómo fue esa primera experiencia?

— Una locura. Me tiré a la piscina sin saber dónde me estaba metiendo. 

— Entonces fue una vocación descubierta a medida que usted trabajaba. 

— Eso es. Esto no se puede hacer de otra forma que no sea con vocación. Lo descubres cada vez que vas a terreno. El primer viaje si quería ser Pérez Reverte, pero a la tercera me empezaron a interesar muchas otras cosas. A medida que me implicaba más en las historias, países y personas, me salía más la vocación y me alejaba de querer conseguir los premios.

— En el 2015, es secuestrado en Siria, pero no era su primera experiencia en la zona. 

— Si, había estado doce veces. Cuando vas a un sitio tantas veces, has pasado por tantas situaciones de peligro y siempre has salido indemne, piensas que no te va a pasar nada. Así que los ataques, secuestros o la muerte no la ves venir. Parafraseando a Reverte: «La bala que te mata es la que no oyes». Yo podría haber sido secuestrado en todas las ocasiones que visité Siria. La primera vez entré ilegal desde Turquía, a través de una canoa hinchable. 

— Subestimó la situación. 

— Claro, pierdes el miedo. Yo he tenido suerte porque estoy aquí, a Roberto Fraile y David Beriain no les ocurrió igual. 

— ¿Cómo recibió la muerte de estos dos compañeros?

— Cuando salieron sus nombres yo no me lo podía creer, porque diez días antes yo había estado hablando con Roberto. Le había pedido unas imágenes para un documental que estoy haciendo sobre la guerra de Siria. Él me contestó que esa noche se iba a África, pero que si las necesitaba me las enviaba. Yo le respondí que no se preocupase y que ya me las daría a la vuelta. Y todo esto diez días antes.

— ¿Eran amigos?

— No era amigo de David, pero sí compartí tiempo con él por cuestiones de trabajo.Teníamos muy buena relación. En cambio, Roberto sí era mi amigo. Vivimos experiencias muy fuertes en Siria, cuando él estuvo a punto de perder la vida.

— ¿Qué les ocurrió?

—  Estábamos en la ciudad vieja de Alepo, porque yo tenía intención de hacer un reportaje sobre la Ciudad Vieja, cuando era Patrimonio de la Humanidad. Ahora son solamente piedras. Entonces, lo que empezó siendo una excursión se acabó convirtiendo en ser acompañantes de una unidad militar a un frente de combate. Uno de ellos encendió una granada y en vez de arrojarla se la quedo en la mano porque no se dio cuenta de que ya estaba en marcha. La granada reventó, la metralla entró por la ventana y a Roberto le hizo un agujero en la pierna. Así que ahora, pienso en todo lo compartido con tanta gente que se ha muerto, y solo me queda resignarme. 

— ¿Por qué piensa que los periodistas son un objetivo para estos grupos?

— Nosotros no llevamos armas y vamos a pecho descubierto. Es más fácil atacar a los blancos que no van armadas que a una unidad militar. Con la llegada de las redes sociales nos hemos convertido en algo prescindible, porque ellos pueden subir todo a su cuenta de Twitter. Además, matar o secuestrar a un periodista sale gratis.

— Conoció la traición de cerca. El contacto y traductor que tenía en Siria fue quien os vendió al grupo terrorista que después os secuestró. ¿Alguna vez tuvo sospechas?

— La verdad es que cuando trabajas en una zona de guerra y no conoces el idioma, pones tu vida en manos del traductor o fixer, que es cómo le llamamos nosotros. Ahora bien, si me pongo a verlo con los ojos de hace seis años, sí que puedo pensar en ciertas pistas de desconfianza. Por ejemplo, me preguntó cuánto costaban nuestras cámaras.

— ¿Cómo ocurrió el secuestro?

—  Nos emboscaron en el coche cuando íbamos de viaje y nos trasladaron a una furgoneta. Después, nos alejaron de Alepo y nos metieron a los tres, junto al conductor del vehículo y al traductor, en una nave abandonada. Ahí tenían una celda preparada, por la que seguro habían pasado otras personas.

— ¿Ha podido perdonar a la persona que os traicionó?

—  Él me escribió después del secuestro, por Facebook, y me dijo que él era una víctima más. No se lo tengo en cuenta, si soy sincero. El traductor era sirio durante la peor guerra del siglo XXI. Sus padres estaban en un campo de refugiados en Turquía. Yo entiendo que él no tenía ningún tipo de compromiso moral con nosotros y si ese dinero lo aprovechó para mejorar la condición de su familia, no le podría juzgar.

—  Por lo que veo, la empatía es imprescindible en su profesión.

— Es fundamental para cualquier ser humano, no solo para los corresponsales. Cuando vas a una zona de guerra, no puedes ir con tus prejuicios de occidental porque no estás en la piel de quien vive el drama. Siempre tendemos a juzgar desde nuestra óptica y es un error.

— Su secuestro tuvo dos etapas. Una más liviana y otra mucho más dura porque sospecharon que usted podría ser agente del CNI.

— Sí. Duró diez meses, tres los pasé con mis compañeros de una forma fue más llevadera, y los siete últimos se convirtieron en un secuestro de verdad, como los que ocurren en las películas de Hollywood.

— Pensó en el suicidio.

— Sí, claro. Sobre todo, porque estuve siete meses encerrado en una habitación, saliendo solo para ir al baño dos veces al día. Esa era la única vía de escape. Estaba cansado de que me pegasen, de que me humillasen, de que me preguntasen siempre lo mismo y de yo darles las mismas respuestas. Me amenazaban, entraban a mi habitación y simulaban ejecuciones, entraban con espadas. Lo único que me preocupaba era que me ejecutasen, lo grabasen en vídeo y lo viese mi familia. Entonces sí, pensé en el suicidio, solo que hay que tener mucho valor para hacerlo finalmente.

— Después de la experiencia, volvió a ejercer. Uno piensa que después lo dejaría. 

— Efectivamente. Los corresponsales somos yonquis de la guerra. Nosotros no vamos por los afganos o por los sirios. Nosotros vamos por nosotros, porque cuando lo pruebas te enganchas.

— ¿Qué es lo que engancha?

— No sé si son los tiros, sentirte vivo o salir de la rutina que tenemos en occidente. En una zona de guerra, nunca sé si será mi último día, así que lo vive como si se tratase de ello. Al final se convierte en una droga, y cuando no lo tienes quieres ir. Voy a seguir yendo, aún teniendo una niña de casi nueve meses.

— El secuestro le abrió puertas en el mercado laboral.

— Más que el secuestro, fue la publicación del libro. Y a raíz de esto, la entrevista que yo hice con Risto Mejide en Cuatro. Es decir, a mi en mayo del 2016 me liberaron. En octubre y diciembre fui a Irak, después estuve en el Mediterráneo Central y en Venezuela, y todo ello como freelance.

— ¿Se valoran las corresponsalías en España?

— No, de hecho, somos prescindibles para muchos medios de comunicación. He estado en Irak, en Somalia y en Ucrania, pero ese trabajo no cuenta. Lo que cuenta es a partir del secuestro, y yo siempre digo que esa experiencia fue de todo menos un master de periodismo en el que aprendí. Si Pampliega es bueno hoy, era bueno antes. Yo lo que tuve es suerte para contar lo que ocurrió, ¿y si me pasase como a David y a Roberto?

— ¿Cómo le fue durante la pandemia?

— Este año y medio ha sido bastante complicado. Para los corresponsales el covid-19 ha sido un mazado porque no hemos podido trabajar fuera. Como freelance no tengo sueldo, y tengo que tirar de los ahorros. Ahorros que a su vez, en un futuro, me servirían para otra cobertura.

— ¿Qué reclaman los correponsales?

Queremos que se nos pague justamente nuestro trabajo, no puede ser que un reportaje me pague a 35 euros para repartir con el fotógrafo. Si nuestro empleo estuviese bien pagado, nosotros en el 2015 podríamos haber contratado un escolta, que se nos ofreció.

— Es padre de una niña de apenas nueve meses, ¿qué le dirían a su hija si quisiese ser corresponsal de guerra en un futuro?

— Ella será lo que quiera, pero su padre intentará que no sea periodista porque la situación del mercado laboral es como es. Su madre es sanitaria, y a mi me gustaría que siguiese esa rama. Después, la animaré a irse a cualquier campo de refugiados y yo con ella para hacerle una foto.