Fernando Agrasar: «Sorprende que no pensemos en un gran parque en el puerto»

A CORUÑA

CESAR QUIAN

El profesor de la UDC llama a concebir la ciudad como un bien de uso, y no de cambio. «Hacen falta compromisos y acuerdos de larga duración. Hace falta política», reclama

20 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobre dos modelos de entender el espacio público, como bien de cambio o como bien de uso; su manifestación en dos barrios separados por mucho más que una avenida: el de las Flores —concebido en los años 60 en torno a un parque central a salvo de los coches— y Matogrande —pelado de verde si se prescinde del acolchado que pretende aislarlo de Alfonso Molina—; sobre los diez minutos a pie, y no más, que deben separar a cualquier vecino de un buen jardín; sobre la oportunidad que brindan los terrenos del puerto o la complicada geografía coruñesa a efectos de jardinería reflexiona Fernando Agrasar, arquitecto y director de la escuela de A Zapateira cuando la UDC creó el grado en Paisaxe.

—¿Cómo influye la configuración de la ciudad en la creación de espacios verdes?

—A Coruña es una ciudad muy concentrada, y eso no es malo, de hecho, las ciudades densas son estupendas para ir caminando a todas partes, pero es verdad que históricamente esto ha dificultado las cosas. Tenemos un déficit importante de zonas verdes. En 1930 desde el Museo de Belas Artes a la Torre no había absolutamente nada, el cementerio, el cuartel y poco más. Todo Monte Alto ha crecido sin una sola zona verde porque el Campo de Marte fue una promoción de vivienda obrera de principios de siglo. Es un hecho que no hay suelo y esto impide que haya jardín.

—¿Por qué se construye un jardín público?

—La historia del jardín es milenaria pero los jardines públicos vienen del siglo XIX, antes prácticamente no existen. Aparecen a consecuencia de las teorías higienistas y de la necesidad de que las viviendas reciban sol, que la gente salga al aire libre, que las aceras sean más anchas. En aquellos pisitos decimonónicos, oscuros, insanos, en calles estrechas, acababas con una tisis de aquí te espero. Y era así en todo el mundo. Cuando Napoleón llega a Venecia, a pesar de su tradición urbana complejísima, la ciudad no tiene jardín, y crea los Giardini di Castello. Así nacieron. Como hizo Olmstead en Central Park, en Nueva York, aún no había nada alrededor de la Quinta avenida pero se pensaba ya en la futura ciudad.

—¿Cómo se piensa en el siglo XXI en la futura ciudad?

—Los parques son importantes porque abren la posibilidad de un contacto más inmersivo con la naturaleza. El ideal del pulmón verde, que aquí puede ser Santa Margarita o Méndez Núñez, está muy bien, pero no basta. Las teorías más actuales tienen que ver con la resiliencia, la higiene, la salud mental, los famosos 10 minutos, en los que cualquier vecino debe llegar a un jardín a pie desde su casa. Lo hemos vivido estos dos años. Un lugar al aire libre, sano, donde jugar, hacer deporte y vivir.

—¿Cómo se consigue verde?

—Fíjate que me ha sorprendido que en el debate sobre el futuro del puerto se hable de vivienda sí, vivienda no, dotaciones sí, dotaciones no, o esto de la Medusa, pero que no contemplemos tener una zona verde amplísima, al lado del mar, que bordea la ciudad y accesible por todos lados. Me llama muchísimo la atención.

—¿Será porque lo verde se ve poco rentable?

—Poco, no, se ve antirrentable. Hay dos formas de ver la ciudad, como un bien de cambio, que se trata de repartir, de ver cuánto cuesta y con cuánta porción de la tarta se quedan unos y otros, o como un bien de uso, un lugar donde vivimos y nos relacionamos, donde desarrollamos nuestro proyecto de vida y criamos a nuestros hijos.

—Un bien escaso.

—Bueno, ha habido épocas duras y otras más amables y generosas. Cuando se quitan los cubos de la muralla se hace la plaza de María Pita. Luego se hace el Agra, bajo más ocho pisos y aceras de 90 centímetros. O la amplitud de miras del Barrio de las Flores y la dureza de Matogrande, qué diferencia.

—¿Compensa el mar el déficit de verde?

—Sí, a pesar de que el paseo marítimo se pensó para el coche, con un trazado y una sección durísima. Tienes un día malo, miras el horizonte, te da el viento en la cara y es maravilloso.

—Habrá que buscar suelo verde en los tejados.

—Favorecer iniciativas de todo tipo está muy bien. No es esto o lo otro. Es esto y lo otro. Pero cuando hablamos de espacio público de calidad hay un tema fundamental en el que no acabamos de actuar decididamente. La movilidad. Es como el niño que come mal y hace bola con el filete. Hay que resolverlo administrativamente a escala metropolitana y tomar decisiones gordas que exceden una legislatura y un color político. No hay que inventar la pólvora ni hacer lo que nadie hace. Ahí está Bilbao. El problema es reestructurar el transporte público. Los aparcamientos subterráneos son insostenibles. Lo único que cabe pensar ahí es una superficie dura, porque no puedes plantar nada. Hasta el jardín peor diseñado es mejor que un párking de un hipermercado. Y no es fácil resolverlo, pero tampoco se necesitan grandes ideas. Solo hacen falta compromisos y acuerdos de larga duración. Hace falta política.