El nuevo director titular de la Orquesta Sinfónica de Galicia rehúsa protagonismos y ensalza a la formación: «Qué buenos son, qué ganas de volver, me dicen músicos de primer nivel en toda Europa»
08 oct 2022 . Actualizado a las 22:43 h.La Orquesta Sinfónica de Galicia cierra el círculo. Un músico de la casa, Roberto González-Monjas (Valladolid, 1988) —concertino de la Orquesta Joven a mediados de los 2000—, se hará cargo de la dirección titular tras la marcha de Dima Slobodeniouk. «Las agendas de los directores se organizan a dos y tres años vista, así que la primera temporada [a partir de septiembre del 2023] será de transición», explica desde Suecia el aún titular de la Musikkollegium Winterthur suiza y candidato mejor valorado en el proceso de selección coruñés.
—¿Cómo se encuentra?
—Emocionado. Obviamente me genera una responsabilidad y un honor extraordinarios, pero hay un valor añadido. Conozco a la Sinfónica desde los 16 años como violinista, imagínate qué cosa tan bonita que logremos coronar esa progresión ahora como titular. Y hacerlo con personas a las que admiro, conozco muy bien y con las que han pasado muchas cosas. Es un reto maravilloso. En España de la OSG se habla como de la realeza en cuestión de orquestas. Y en Europa estoy recibiendo estos días muchísimos mensajes de directores y solistas de primer nivel que me dicen «¡qué buenos son», «qué ganas de volver». La OSG deja marca, por su calidad y por su amabilidad también.
—¿Será director artístico, además de musical?
—La dirección titular conlleva cierta responsabilidad artística, pero para mí es importante que se haga de manera colegiada con la gerencia y el comité artístico. No quiero tener ningún tipo de autoridad musical dictatorial. Tengo que entender qué tipo de repertorio le gusta hacer o necesita hacer la orquesta, qué repertorio le gusta al público, cuál queremos que conozca o qué quiero aprender de ellos. El diálogo que empezamos ahora es muy relevante para adquirir un lenguaje propio.
—¿Es prematuro hablar de proyecto?
—Soy práctico. Uno puede prometer mucho, yo sueño, yo hago, pero a mí lo que me importa es que mi trabajo tenga un sentido y se traduzca en experiencias positivas para la orquesta y el público, no para viajes egomaníacos míos. Al principio programaré de manera muy ecléctica, cosas de estilos diferentes, períodos diferentes y orquestaciones diferentes, para ver cómo estamos y qué nos viene bien. La OSG es muy versátil. Una vez hecho eso, podremos hablar de bitácoras.
—Su nombramiento eleva a la Orquesta Joven.
—Bueno, es que la Joven es una realidad tan importante y puntera. Cuando no existían la OSG ya tenía una orquesta joven funcionando como una locomotora. Y fíjate lo que acaba de pasar, tres de las cuatro plazas que se han dado a los violinistas vienen de la cantera. Estamos hablando de una orquesta capaz no solo de formar a los chicos para llegar a un nivel instrumental determinado, sino de tener esa filosofía que luego les permite ser miembros de la OSG. Es el modo más sostenible que hay de estudiar música, y una apuesta loable, ejemplar y única.
—¿Tiene alguna idea para captar nuevos públicos?
—La sala de concierto como lugar de culto, como templo, no ayuda a que público nuevo compre un abono. Yo voy, pero ese silencio, esa devoción, dicen, esa devoción tan importante para los músicos para concentrarse, por otra parte... Yo pienso que hay que encontrar formatos distintos, más cortos y menos encorsetados, e intentar que la comunicación sea diferente. ¿Cuándo puedo meter a jóvenes a escuchar un concierto o un ensayo cerca de los músicos o incluso entre medias? Cuando los pones en primera fila y empiezan a ver el sudor, las sonrisas, el movimiento, la respiración conjunta, esa especie de tensión positiva que se crea entre los músicos, el director y el solista. Eso es increíble, les llena, no se puede comparar con escuchar un cedé, ni Spotify ni nada parecido. Esa experiencia a flor de piel es lo que falta y lo que tenemos que empezar a discutir también. En muchos sitios donde he estado eso ha cambiado las cosas radicalmente.
—Tercer director titular, ¿puede valorar a sus predecesores?
—¡Claro! Es muy importante, un director deja su sello en la orquesta. Víctor Pablo la plantó, la hizo crecer y la llevó a un nivel extraordinario. Se preocupó siempre de que tocara bien, de que siguiera siendo la referencia de España. Y ese tesón y esa conciencia de que la calidad prima por encima de todo fue muy importante. Creó ejemplo. Cada vez que veo a una orquesta y hablo de las cosas básicas, de la afinación, del estar juntos, de tocar bien, hablo de lo que nos dejó Víctor Pablo.
—¿Y Dima?
—Dima fue aire nuevo, una persona con una humildad musical extraordinaria que saca realmente la esencia de la música, deja que la música cante, hable y exista. Y a la vez una persona con un repertorio muy interesante que ha hecho programas extraordinarios. Él ha hecho sonar a la orquesta maravillosamente. El sonido de la orquesta con Dima se ha convertido en una especie de culto en España.