Pepito Arriola, el betanceiro con el que nació el proyecto eugenésico de «La virgen roja»

BETANZOS

Pepito Arriola, en Berlín en el año 1905.
Pepito Arriola, en Berlín en el año 1905. Consello da Cultura Galega

Este niño prodigio fue uno de los mejores pianistas del país con solo cuatro años. Su tía, Aurora Rodríguez, hizo de él un «muñeco de carne» antes de que cometiera todo tipo de atrocidades con su hija Hildegart. Cuenta la historia de una de las mayores villanas del siglo XX la nueva película de Paula Ortiz

12 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El devenir de Hildegart Rodríguez es imposible de entender sin su primo Pepito Arriola. Esta joven promesa de la literatura, el pensamiento y la política en los años de la Segunda República no tuvo trato alguno con él. Murió asesinada por su madre antes de que pudiera estrechar lazos con este betanceiro, considerado el Mozart español y el primer experimento eugenésico de una de las mayores villanas de la historia del siglo XX: Aurora Rodríguez Carballeira.

El filme La virgen roja, de Paula Ortiz (La novia, Teresa) se adentra en las profundidades de una familia monoparental gallega en un contexto histórico donde este concepto estaba lejos de conocerse y de aceptarse. La vida de la ferrolana Aurora Rodríguez da para libros (Mi querida hija Hildegart, La madre de Frankenstein) y películas, pero la Guerra Civil y la llegada del franquismo opacaron decenas de relatos vinculados a ideologías prohibidas, que comenzaron a recuperarse a finales de los años setenta. Fue entonces cuando la sociedad se estremeció ante la cantidad de perversiones ejecutadas por una mujer obsesionada con inventar a la fémina del futuro: Hildegart.

Aurora quiso engendrar una hija ella sola —eligió a un cura castrense para la misión— para hacer de ella una «escultura de carne»; o lo que es lo mismo, una versión mejorada de sí misma que tuviera principios feministas, que hablase varios idiomas, apostase por el pensamiento crítico y creyese en la lucha de clases. Hildegart era políglota cuando aún no contaba con todos los dientes, escribió 16 ensayos antes de cumplir la mayoría de edad, y en sus conferencias mencionaba la importancia del uso de anticonceptivos, el aborto libre e incluso las identidades de género. El experimento había cumplido las expectativas de una cada vez más restrictiva Aurora, que empezó a enajenar al ver que su proyecto quería volar lejos del nido materno. Como de un producto en mal estado, la ferrolana de deshizo de su hija el 9 de junio de 1933. La mató de tres disparos mientras dormía.

No hay documentos que informen sobre cuándo se enteró Pepito de que su tía era una macabra filicida. Entonces Pepe, pues ya había soplado 38 velas, llevaba años alejado de la psicosis de Aurora. Aunque fue ella quien cuidó a este bebé que por accidente nació en Betanzos, la hermana de Aurora se lo llevó a Madrid cuando descubrió unas aptitudes musicales inauditas para un niño de tan corta edad. En la capital exprimió a su hijo, como su hermana lo había hecho en Galicia, consiguiendo que actuase en el Palacio Real. Tales eran las dotes para el piano de Pepito, que la entonces reina regente, María Cristina, lo apadrinó y le pagó sus estudios musicales en Alemania, donde empezó a hacerse conocido internacionalmente.

De las actuaciones del Mozart español se hizo eco La Voz de Galicia en el año 1900. «Ya ha dado su primer concierto en París», contaba Carlos Peñaranda, que desde Madrid informaba a este periódico del «la pequeñez de sus manos (...), y principalmente del profundo sentimiento del arte» que tenía con cuatro años. Aquellas crónicas amables y aduladoras duraron unos años, pero Pepito no siempre dio la talla como pianista. La virgen roja deja constancia de la caída en desgracia como artista de este betanceiro, mientras señala cierto complejo de Edipo en los escasos minutos en los que se ve al sobrino de Aurora en el metraje.

Pese al daño que le causó su tía en la infancia, se convirtió en tutor legal de su tía Aurora, a quien ingresaron en el hospital psiquiátrico de Ciempozuelos tras confesar el crimen de Hildegart. Nunca se arrepintió de este parricidio, y hasta el final de sus días sentenció que volvería a repetirlo.