Ignacio Arnaiz, capitán de puerto en el siniestro del «Urquiola»: «Aquella tarde llovió petróleo»

Rodri García A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

CESAR QUIAN

El 12 de mayo de 1976 llegó en un remolcador cuando «el barco empezaba a arder»

17 ene 2018 . Actualizado a las 12:19 h.

«El tiempo hace olvidar muchas cosas. ¿Qué puedo recordar de aquellos días...? Yo voy a cumplir 92 años dentro de poco». Es lo primero que comenta Ignacio Arnaiz Fernández. Era el capitán de puerto de Petrolíber cuando el 12 de mayo de 1976 las rocas de los bajos de Yacentes rajaron la panza del petrolero Urquiola, en la ría de A Coruña. El crudo vertido, 70.000 toneladas, ardió y a causa de la negra columna de humo «se cerró el aeropuerto de Santiago, porque la nube llegó hasta allí», evoca este bilbaíno, padre de cuatro hijos, «uno murió con 22 años», musita.

«Cuando vine aquí fue por la refinería, que la estaban construyendo; vi un anuncio en el periódico en el que pedían un capitán con experiencia en petroleros», recuerda. Aquel 12 de mayo llevaba diez años en el cargo y «serían las nueve de la mañana cuando llegué a la oficina y me avisaron del accidente del Urquiola». En la Comandancia de Marina «no sabían gran cosa. La información que me dieron fue escasísima y me dijeron que era mejor que me acercara a verlo». Fue así cómo embarcó en un remolcador y se dirigió hacia el lugar del siniestro.

A las ocho de la mañana el petrolero habían tocado fondo en una de las agujas, siguió navegando hacia el puerto, pero la Comandancia de Marina le indicó al capitán, Francisco Rodríguez Castelo: «No atraque y diríjase a alta mar». El práctico, Benigno Lebón, vio manchas de petróleo cuando se dirigía hacia el buque, que al virar para alejarse embarrancó en las Yacentes.

Cuando Ignacio Arnaiz llegó al lugar, «la mancha a estribor del barco era impresionante, como un lago, y cuando me di cuenta de que estábamos en la mitad de la mancha mandé cerrar las escotillas del remolcador y salir de allí porque aquello podía explotar en cualquier momento, había una atmósfera explosiva enorme». Y es que el barco «ya había derramado gran cantidad de crudo, estaba escorado y empezaba a arder. A bordo solo quedaban el práctico, Lebón, y el capitán, que había puesto a salvo a la tripulación, unos 40, en un remolcador».

Nadando en un mar en llamas

Al incendiarse el barco, pasada la una y media de la tarde, el capitán y el práctico «se tiraron al agua desde una altura de unos 15 metros». En un mar de llamas y petróleo, con los zapatos puestos y un reloj Seiko que le seguía dando la hora, el práctico fue nadando hacia la costa, que estaba a unas dos millas. «No puse el chaleco y eso me salvó», relataría en este diario, detallando: «Me fui nadando con mucho miedo de morir, el agua estaba caliente y no quería mirar atrás». Lo recogieron unos atónitos pescadores en la ensenada de Canabal (Oleiros), donde le dieron un coñac, «el mejor que he tomado en mi vida», evocaría el que fue el mejor conocedor del puerto coruñés, fallecido el 18 de septiembre del 2012.

Arnaiz cuenta que vio a Lebón aquel 12 de mayo, cuando se encontraron en la Comandancia de Marina: «Recuerdo la cara del práctico, aún llena de petróleo y diciendo que aquello no era nada». Y fue aquella tarde cuando «empezó a llover y llovió petróleo; cuando fui a coger el coche estaba lleno de manchas de petróleo. Tiene muchos componentes, se evaporó y al condensarse llovía petróleo».

El capitán sería la única víctima mortal del accidente -su cuerpo apareció dos días más tarde-. Después de que su mujer, María Isabel Rodríguez, entonces embarazada de su segunda hija, peleara durante siete años para «dejar en su sitio» el nombre de su marido, las autoridades reconocieron que no había sido su culpa, según contaba en el 35 aniversario del accidente. En junio del 2003 fueron voladas las agujas en las que embarrancó el petrolero. Y ahora Arnaiz sigue mirando, «solo por curiosidad», ese mar que un día vio arder.