Desconozco cómo habrán entrado en España Ibrahima y Magatte, los héroes que defendieron a Samuel Luiz el día de la salvaje agresión que acabó con su vida en A Coruña. Pero me lo imagino.
Es probable que sean supervivientes de una patera que, a merced de las olas y del viento, en su furtiva navegación haya ido sembrando de cadáveres el océano Atlántico. O puede que sean de esos jóvenes que se dejaron jirones del cuerpo en el alambre de cuchillas de las concertinas. O tal vez no, no lo sé.
Pero imagino también lo que habrán sido ellos aquí para unas cuantas miradas rebosantes de prejuicios: solo dos negros ilegales que sabe Dios cómo se ganan la vida y lo que andarán haciendo por Coruña. Es verdad que no somos una ciudad ni una sociedad racista, pero -no lo duden- energúmenos hay en todas partes. Bastantes.
Y es curioso cómo la realidad pone a veces las cosas en su sitio, porque fueron esos negros ilegales que quizá vinieron en patera a malvivir a nuestra ciudad los únicos que aquella noche aciaga demostraron la humanidad, la empatía y el valor necesarios para defender a un pobre muchacho de la paliza mortal que le estaba propinando una jauría descontrolada.
Por pura compasión hacia un desconocido en peligro protegieron a Samuel con sus cuerpos y recibieron ellos los golpes. ¡Los que les habrá dado antes la vida...!, que como dijo el célebre Espartero, «más cornás da el hambre». Pero el hecho cierto es que nadie más se jugó así el pellejo por la víctima, y desde esa óptica es gratificante ver cómo la actitud de los senegaleses resquebraja el muro de los prejuicios.
Por cierto, ¿saben lo que significa Ibrahima? Es el que nos cuida como padre, o también, el padre de la multitud. Premonitorio.