Diana Bar Torreira: «Nunca fui a la playa con mis padres y al cine, solo una vez»
EL PULSO DE LA CIUDAD
La gerente de La Bombilla reconoce que creció entre fogones
26 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Es la gerente de un local mítico. De los que le dan personalidad a la ciudad. La Bombilla es algo más que un bar. Y eso que el coronavirus está afectando a un establecimiento donde el bullicio, el estar unos pegados a otros, fue siempre una de sus señas de identidad. «El descenso de clientela con respecto al verano pasado es de un 30 %. Piensa que apenas hay turistas y, además, esta semana se ha notado un bajón a mayores por lo del Fuenlabrada. Afecta mucho el covid y es evidente que el verano no es como el del 2018 o el 2019. Piensa que se formaban tres filas de clientes y ahora hay que respetar la distancia de seguridad», analiza el momento actual Diana Bar Torreira. Es la hija de Generoso y Esperanza (es difícil tener unos padres con unos nombres tan positivos), fallecidos en el 2013. Su historia es similar a la de otros muchos gallegos. Emigraron a Uruguay, donde dirigieron durante diez años un ultramarinos en el que vendían de todo. Allí ya conocían a otro matrimonio gallego con el que empezaron a montar negocios de hostelería a su regreso a Galicia. El Anduriña, Las cavas, el Pote de Santa Cruz... Y en 1966 se hicieron cargo de La Bombilla, que se calcula que existe desde 1937. Generoso, Esperanza y sus socios nunca dejaron de trabajar. De sol a sol y de lunes a domingo. «Yo me crie entre fogones y en ocasiones echaba una mano. Además, casi era la única manera de estar con ellos. Solo cerraban un día al año para ir a las fiestas a su pueblo, Val do Dubra. Nunca fui a la playa con mis padres y al cine, solo una vez, pero no lo digo con tristeza», recuerda Diana, que no pensaba dedicarse a este negocio. Lo suyo era la psicología.
Del gabinete a la barra
Tiene 53 años y afirma que los pilares de su vida son su marido y sus hijos. «Con Santi, que es abogado, llevo 36 años. David, el mayor, tiene 26 y es ingeniero aeronáutico. Trabaja y vive en Madrid y lo echo de menos todos los días. Catalina, de 23, con clara vocación sanitaria, es técnico de radiodiagnóstico y estudia enfermería». Diana estudió en las Esclavas y también quería ser médico. «Lo mío era la psiquiatría, pero al final estudié Psicología. Trabajé en selección de personal y monté un gabinete con una socia. Pero cuando murieron mis padres, con dos meses de diferencia, y al ser hija única, tuve que apartar esta profesión y empezar en la hostelería. Estoy satisfecha. No miro para atrás». Pasó del gabinete a la barra de un bar legendario donde le llaman la MacGyver de la Bombilla. «Mi pasión es el bricolaje. Soy la loca de las reformas. Me encanta pintar, empapelar, la jardinería... Si hay que coger el taladro o arreglar un enchufe me pongo a ello. Soy bastante manitas», explica sonriente. En la semana grande de agosto va a la cocina a las seis de la mañana para adelantar los primeros 45 kilos de masa de croqueta. «Las hacemos grandes, croquetones, para ser prácticos. Hay que mover toda esa cantidad de bechamel hasta que esté en su punto. Las cocineras se quejan de los brazos y los hombros. Todo se hace el momento y con productos de aquí», asegura.
Canónigos, melón y helado
Dice que la tortilla (siempre sin cebolla), junto con el filete empanado y las citadas croquetas son los pinchos más demandados. «Desde hace un par de años ofrecemos una taza de caldo por 1,20 euros que también tiene mucho éxito», afirma. Dice que hace una tortilla insuperable aunque no le gusta cocinar en su casa. «Mi comida favorita es la carne. Podría comer churrasco todos los días, pero hay que cuidarse para controlar los kilos. Voy a La Solana y hago pilates, zumba, spinning... Y todas las noches ceno canónigos, melón y un helado». Dice que su principal virtud es la empatía y la generosidad y reconoce que a veces descuida un poco a los amigos. Caminamos por la Galera hacia la esquina con Torreiro. Ya hay gente joven en las mesas de fuera. Pero no es lo mismo que otros veranos. «Todavía tengo una persona en ERTE. Ojalá se acabé esta situación», comenta.