
La ruta más golosa de la comarca comienza en Lorbé, con la famosa larpeira; continúa en Sada con «los helados del alemán», realiza una parada en las confiterías de Cambre, y se acerca hasta Vilaboa con las solicitadas trenzas de los hermanos Naya. Sin olvidar nuestros roscones de Pascua y Reyes y que de cualquier sartén salen las mejores orejas y filloas
26 abr 2019 . Actualizado a las 08:30 h.A falta de un postre con apellido geolocalizado, -tipo la tarta de Santiago o la torta de Guitiriz-, podríamos decir que la larpeira es nuestra sobremesa más típica. Las hay más empalagosas y menos almibaradas, pero hay consenso en que una de las mejores de la comarca coruñesa es la que se elabora en Panadería Lorbé (Sada). Fundada por los abuelos de Gumersindo y María García Porto en el año 1947, estos dos hermanos representan la tercera generación de una familia que ha sabido reinventarse con el paso del tiempo. Hasta han instalado una especie de terraza en el exterior, con máquina de café incluida, en la que van dejando empanadas, larpeiras «o lo que vaya saliendo del horno» para que puedas abrir boca mientras esperas tu turno. Dicen que el éxito es tal que hasta la policía ha tenido que regular el tráfico en la zona.
«Harina de trigo, huevos, leche, azúcar, agua de azahar, anís, masa madre y mucho cariño». La receta de la larpeira de Lorbé es de la abuela María, una excelente cocinera a fuerza de cocinar para sus hermanos pequeños durante toda su vida. Lo curioso es que ella no le llamó larpeira a este pan dulce que tan rico le salía siempre, sino Torta de Lorbé. Luego se la fue enseñando a los panaderos de la zona y, en otros sitios, la bautizaron como torta de azúcar. A Japón ha viajado varias veces esta exitosa larpeira y también a la Casa de Galicia en Nueva York. «Un domingo es habitual hacer cola», reconoce María García Porto.
Otras larpeiras famosas en la comarca son las que se hacen en Cambre, tanto en confitería Morás, -con clientela fija y muy numerosa-, y la cercana Martipan, que tiene el horno en Cecebre.

Si hablamos de helados, hay que viajar a Sada. Manfred Heuberger está al frente de la famosa Heladería Playasada, un negocio en el que los clientes se pirran por los sabores más inusuales de la comarca, que son ya 120; alguno tan exótico como la «batata roja con espirulina» o el que tiene alcohol, ideal para un aperitivo. Él es consciente de que, más que Playasada, su local es conocido como «la heladería del alemán», cosa que le hace gracia. «El secreto de nuestro éxito es la buena calidad y las copas de helado que hacemos. No es por echarnos flores, pero nos lo comenta todo el mundo», añade Manfred. De esposa gallega y con su hijo Matías metido ya también entre cucuruchos y bolas de vainilla, el alemán comenta, satisfecho, que acaban de reformar el local. Helados gigantes aparecen pixelados en la paredes de este templo de la heladería en la comarca, casi siempre abarrotado. Los domingos suele haber colas para comprar helados y también para encontrar una mesa libre.
Todavía sin abandonar Sada, vale la pena mencionar el Horno San Isidro, en la esquina de Linares Rivas con Rúa Ponte, lleno cada fin de semana por su oferta de panes y postres, pero, sobre todo, por sus empanadas. Exitazo de las empanadas tienen también en Panadería Gandarío, en Bergondo, además de por su repostería artesana. La panadería de Osedo es otra parada imprescindible. Atención al bollo de pan.
Continuamos la ruta y nos dirigimos ahora hacia el municipio de Culleredo. En el corazón de Vilaboa se encuentra Pastelería Naya, un lugar del que es imposible salir sin más cosas de las que tenías previstas. Que si el pan, que si los cruasanes, que si el roscón, que si el chocolate, que si las tartas... Aun así, el producto estrella es la trenza de hojaldre de pasas y nueces. «Es lo que más se vende», informa Lola, la dependienta. El negocio fue fundado en el año 2002 por Ignacio Fernández Naya que, junto con su hermano Darío, es el propietario de la pastelería. Es curioso pero durante los cinco primeros años que estuvieron abiertos todavía no hacían la trenza. Luego empezaron, como quien no quiere la cosa, y hoy en día, a 14 euros el kilo, es lo que más éxito tiene. La unidad suele salir a 15 o 16 euros. «Un fin de semana podemos vender 100 o 150. Si es festivo, unas 200 y pico. En verano, mucho más», comenta Ignacio. «Vienen desde A Coruña, Oleiros, Carral y toda la comarca a por ella. La trenza nos permitió darnos a conocer y luego los clientes se engancharon al resto de productos que ofrecemos».

Última parada en Carral. Allí, además del éxito de todas las panaderías en general, como la de Pedro Fernández, en Herves, «es a la que va todo el mundo», indica Eduardo, agricultor de la zona, funciona muy bien la caracolada de Da Cunha. Es una elaboración que tiene 19 años de historia y que se vende muchísimo en toda la comarca, puesto que Panadería Da Cunha tiene despachos en Carral, Abegondo, Cambre, A Coruña… «Nola piden moito cando hai festas e se xuntan varias familias, porque podes encargala de varios tamaños, ata de 24 porcións», explica el gerente, Manolo Da Cunha. «Fanse unha media de mil unidades á semana», dice.

Terminamos la ruta con las exquisiteces de los restaurantes de la zona. No hay comida que se precie sin una coronación dulce antes del café con gotas. Ahí están los flanes de vainilla o de café del bar Abad, en Aranga, o el queso fresco de Casa Manolo, en As Cruces, Grixalba (Sobrado). Reconozcámoslo, a los coruñeses se nos da bien la repostería. Elaborarla, degustarla y hacer la cola que haya que hacer por ella.