



La construcción de los años treinta, obra de Antonio Tenreiro y Santiago Rey Pedreira, fue un canto a la modernidad que tiene réplicas en Francia, República Dominicana o Portugal
25 mar 2025 . Actualizado a las 12:03 h.«Parece el edificio de un aeropuerto de la vieja Europa», «hoy en día así son los mercados europeos», «qué diferencia a como está ahora». Son algunos de los comentarios que recoge una página de Facebook que ensalza la historia de los iconos arquitectónicos de República Dominicana. Hablan de una fotografía del Mercado Modelo de Santo Domingo el día de su inauguración, el 4 de enero de 1941, una infraestructura que a los coruñeses les sonará particularmente, pues los parecidos son más que razonables con el mercado de San Agustín. La cuestión es que no solo este edificio tiene idénticas características con la obra ideada por Antonio Tenreiro y Santiago Rey Pedreira en los años treinta, sino que un ramillete de mercados de abastos distribuidos por diferentes puntos del globo podrían ser hermanos gemelos.
Para entenderlo hay que viajar hasta Reims. En esta ciudad francesa situada a unos 130 kilómetros de París el arquitecto Émile Maigrot tenía la misión de reconstruir el mercado de abastos tras la I Guerra Mundial. Contó para el proyecto con Eugène Freyssinet, un ingeniero considerado el principal impulsor del pretensado en las estructuras de hormigón, y quien llevó esta técnica a su utilización industrial masiva. Antes de acabar la década de los felices 20, el mercado de Reims se había convertido, gracias a la cubrición del espacio con una lámina de hormigón parabólica, estabilizada por pequeñas bóvedas transversales en sus lados mayores, en un canto a la modernidad que quiso replicarse en la ciudad herculina, y a esto ayudó la relación personal entre Maigrot y Tenreiro. Sendos arquitectos fueron reconocidos como miembros honorarios de la Asociación de Arquitectos de Lieja tras sus diseños para la Exposición Internacional de 1930, celebrada en esta urbe.
Tenreiro, que está detrás de obras tan icónicas como la del Banco Pastor de Cuatro Caminos, «había abrazado con convencimiento la modernidad», resume el arquitecto Fernando Agrasar, tanto que el mercado de San Agustín se convirtió en un referente dentro y fuera de nuestras fronteras. Como explica Ruth Varela, presidenta de la delegación coruñesa del Colegio de Arquitectos de Galicia (COAG), «cuando se levantó este edificio, en los años 30, había pocas empresas en Galicia que supieran hacer bóvedas de hormigón armado o, como es el caso, bóvedas de hormigón parabólicas». «En aquel momento se estaba experimentando con este material y con la organización de espacios de importantes dimensiones cubiertos con grandes luces. Al tiempo que Tenreiro conoce el ejemplo de Reims van surgiendo ensayos similares en otros lugares».

Recuerda esta experta que este tipo de mercados eran «gigantescos para la época, rompían la escala humana», sobre todo porque la ciudadanía estaba acostumbrada «a los mercados tradicionales, que se desarrollaban al aire libre en las plazas y estaban especializados en un producto. Sin embargo, para los ayuntamientos era mucho más cómodo tenerlo todo centralizado, sobre todo a la hora de recaudar tributos y tasas».
Hace casi cien años que los coruñeses cambiaron la forma en la que hacían la compra, pero también hace un par de lustros que la función social de los mercados ha ido modificándose. El lavado de cara al que se ha sometido San Agustín es prueba evidente de que estos espacios aspiran a más, quieren convertirse en un atractivo también turístico que genera debate. Para Varela «se desvirtúa la función alimentaria de estos lugares, y aunque para algunos sea un éxito que cada día frecuenten los mercados miles de personas, yo lo considero más un fracaso. Creo que tenemos una asignatura pendiente y es volver a dedicar los mercados municipales al objetivo para el que nacieron, porque como ocurre con la vivienda, el derecho a la alimentación de la ciudadanía no está garantizado».
Uno de los parientes que tiene el mercado de San Agustín por el mundo y que ha dejado de dedicarse a ofrecer alimentos es el de Leipzig. Con grandes parecidos con el coruñés, o más bien al revés, pues el de esta ciudad alemana vio la luz casi diez años antes, hace casi treinta años que sus espacios se dedican a otras cuestiones. Coincidiendo con la eclosión de las grandes cadenas de supermercados, en este mercado se ofrecen conciertos y se realizan mercadillos, de hecho hay hasta un club tecno, pero ya no se puede comprar ningún alimento.

El Mercado Municipal de Matosinhos llegó al mundo poco tiempo después que el de San Agustín. Esta urbe próxima a Oporto inició las obras de su mercado en 1944, y se caracteriza también por tener la cubierta de la nave formada por una bóveda parabólica delgada de hormigón divida por lucernarios de vidrio apoyados en piezas prefabricadas. A diferencia de la mayoría de sus homólogos, permanece en funcionamiento sin apenas alteraciones.
El que sí ha sufrido alteraciones, una degradación puede decirse, es el Mercado Modelo. Patrimonio histórico dominicano, en otros tiempos fue una muestra de modernidad y avance comercial que por eso apela a la nostalgia de más de uno. Aunque es uno de los centros de operaciones favoritos de los turistas antes de emprender el viaje de vuelta a casa, y se ha convertido en un gran espacio donde adquirir artesanía y souvenirs, en los medios locales denuncian una remodelación que no termina de llegar.