La cenicienta de Alcobendas que subió a Hollywood

César Wonenburger

CULTURA

24 feb 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Entre los recuerdos de su infancia en Alcobendas que las televisiones se disputaban ayer, hubo una foto muy significativa, la de su primera comunión. La niña Penélope, apenas ocho años, posa ya junto a sus compañeras como si fuera consciente de que algún tiempo más tarde esa inocente instantánea sería la primera de otras mucho más importantes. No es mera fotogenia, hay algo más intenso, una frescura pero a la vez una madurez en su manera de retar al objetivo que la aparta inmediatamente del resto: el sentido de la imagen, esa materia etérea de la que están hechas estrellas. Ya desde niña tuvo muy claro que no le bastaba con ser una más, y ensayaba con los botes de champú de la peluquería de su madre sus discursos de aceptación.

Desde que abandonó las clases de danza para presentar La quinta marcha llevaba preparándose para su gran momento. Luego vendrían el fulgurante debut con Bigas Luna en Jamón y jamón , y casi seguido esa Belle Époque que le serviría para ensayar el primer paseo por la alfombra roja, a la que pronto volvió de la mano de su director-fetiche, un Pedro Almodóvar que, como reconocido retratista del eterno femenino, supo obtener de ella sus mejores registros. Nunca ha estado mejor que en Volver . Ni siquiera ahora en Vicky Cristina Barcelona , una excusable nadería de Woody Allen que a ella le ha servido para ganarse el respeto en EE.?UU. que su admirada Sofia Loren logró solo a partir del Oscar por Dos mujeres , tras haberse abierto un hueco en Norteamérica con producciones poco exitosas, pero siempre al lado de la estrella adecuada. El encuentro con Tom Cruise supuso para Penélope lo mismo que pudo ser Cary Grant para la viuda de Carlo Ponti, una catapulta hacia el firmamento hollywoodiense. Vicky Cristina Barcelona no ha sido su trabajo más redondo, pero la cenicienta del extrarradio, una mezcla de ambición y belleza, naturalidad y persuasión, inteligencia y tesón, ha logrado su objetivo, convertir su calabaza (aquel bote de champú) en carroza (la del tío Oscar).