¿Qué pensaría usted si el director del Museo Centro de Arte Reina Sofía decide encargar a un restaurador la modificación del Guernica de Picasso, añadiéndole iconografías de su particular gusto y destruyendo otras que personalmente a él no le parecen convenientes?
Es lo que está haciendo el Ayuntamiento de Pontevedra con la Isla de las Esculturas, cuyo proceso de destrucción ha comenzado hace unas semanas. Pero ¿qué es la Isla de las Esculturas? Situada en una isla fluvial de la Xunqueira de Lérez, en la periferia pontevedresa, y como reconoce la crítica internacional -cito, especialmente, a una de las grandes expertas, Colette Garraud-, la Isla de las Esculturas es uno de los proyectos de arte integrado más interesantes de Europa.
Ha supuesto la instalación permanente de la obra de doce escultores de proyección internacional (G. Anselmo, R. Morris, U. Rückriem, R. Long, E. Velasco, F. Casás, J. P. Croft, D. Graham, J. Holzer, F. Leiro, I. Hamilton Finlay) y fue inaugurada en el contexto del Xacobeo 99. Desde entonces su consideración como una de las referencias mundiales de integración del arte en el paisaje no ha hecho más que crecer.
Artistas internacionales
El libro de Colette Garraud (L?artiste contemporain et la nature. Parcs et Paysages européens. Éditions Hazan. París, 2007) no solo refuerza el papel de la isla, sino que reproduce casi todas las intervenciones que introducen la mayoría de sus capítulos. Fue concebida conceptualmente teniendo en cuenta las coordenadas geográficas y culturales del site, a partir de la consideración de su fauna y flora, donde el eucalipto era esencial. Pues bien, parte de los eucaliptos han sido podados, haciendo que esculturas como las de Fernando Casás, Robert Morris, Anne y Patrick Poirier o Ian Hamilton Finlay pierdan su sentido inicial y las referencias culturales que los artistas habían generado a partir de dicho árbol.
Identidad cultural
Desde el principio el gobierno municipal del BNG de Pontevedra se declaró enemigo de los Morris, Long, Hamilton o Holzer? Las obras de los grandes escultores que se habían desplazado desde Estados Unidos, Alemania, Francia, Portugal, Italia, Gran Bretaña, también de Nigrán y de Pontevedra, a este noroeste estaban condenadas, porque en la mente del grupo municipal del Bloque no tenían cabida las experiencias interpretativas que de la identidad gallega podrían haber hecho un tal Long o un tal Morris, que estudió el laberinto de Mogor y elevó su condición de petroglifo prehistórico a obra solemne, hoy reproducida en los libros de escultura de todo el mundo.
Negando la ideación del proyecto, muy imbricada en la cultura milenaria gallega de la piedra, en el europeísmo del Camino, cruzando el The Waste Land de Eliot, que fue un auxilio esencial en la confección de la Isla de las Esculturas, los ideólogos municipales del Bloque refuerzan el sentimiento destructivo experimentado en la ciudad, con el proceso de sustitución de las centenarias piedras renacientes o barrocas del solado de las calles pontevedresas por el hollywoodiense cartón piedra del material cortado artificialmente con disco.
¿Y los ciudadanos? Si son capaces de permitir que la ciudad sea aniquilada en su memoria material, sustituida por espejitos engañosos, en su permeabilidad cultural, identitaria y espiritual, quiere decir que son igualmente cómplices.