Llega a España «Libertad», que lanzó a Franzen a la portada de «Time»
25 sep 2011 . Actualizado a las 06:00 h.Aunque probablemente la gran novela americana ya existe y lleva la firma de Mark Twain, William Faulkner o Herman Melville, ese sueño obsesivo ha empujado en décadas recientes a los grandes narradores yanquis a una pelea contra sí mismos por obtener cuanto antes el título oficioso de primer gran cronista del siglo XXI. El último en sumarse a la contienda es Jonathan Franzen (Saint Louis, Misuri, 1959), que con cuatro novelas y tres ensayos en el macuto ya ha sido encumbrado a los altares por la crítica norteamericana y británica. Su última obra, Libertad, con la que se convirtió hace un año en portada de la revista Time, se publica el próximo 6 de octubre en castellano en el sello Salamandra.
Franzen, que vive entre Nueva York y su casa de California, es un ornitólogo aficionado (es miembro activo de la asociación ecologista The American Bird Conservancy) que trabaja minuciosamente en sus textos -escribir Libertad ocupó diez años de su existencia- en un despacho expresamente desconectado de la Red para evitar distracciones: «Es dudoso que alguien pueda escribir buenas novelas si tiene una conexión a Internet en su lugar de trabajo», ha reiterado en varias entrevistas.
¿Pero cómo se convirtió Franzen en el primer escritor vivo en saltar a la cubierta de Time desde que, en el año 2000, apareció allí el difícil rostro de Stephen King? Franzen se coló en la lista de los veinte mejores jóvenes escritores norteamericanos de Granta tras la publicación de La ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1991), dos novelas con las que dejó su muesca en el mercado pero que todavía no anticipaban la voz poderosa y genuina que exhibe en su narrativa del siglo XXI.
Estructura clásica
Los focos se giraron hacia el autor con la edición, unos días antes del 11-S, de Las correcciones (Seix Barral, 2002), un relato de más de setecientas páginas con la clásica estructura de los novelones del siglo XIX que parecía responder a la propuesta lanzada por Tolstói en Guerra y paz: «Todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices son desgraciadas cada una a su manera». Los Lambert, por supuesto, encajaban en la segunda categoría, y sus desventuras permitieron al autor trazar su primer gran retrato de la América contemporánea.
Las odiosas comparaciones no se hicieron esperar. Salvando las distancias, la prestigiosa crítica literaria de The New York Times Michiko Kakutani subrayó en la prosa de Franzen ecos de Updike, Thomas Pynchon y Don DeLillo, y ha comparado el titánico esfuerzo por componer sus sagas familiares con dos cumbres de la literatura: Los Budenbrook, de Thomas Mann, y la monumental Guerra y paz que lee, precisamente, una de las protagonistas de Libertad.
Otros especialistas, como Jonathan Jones, de The Guardian, lo han situado junto a Philip Roth y Saul Bellow en el ránking de los grandes de las letras americanas. Jones calificó Libertad como «un clásico moderno» e incluso fue más allá al etiquetarla en el 2010 como «la novela del año, y del siglo». Buscando respuesta a la eterna pregunta de quién es el número uno de la actual narrativa en inglés, Blake Morrison, también en las páginas de The Guardian, sentenciaba: «¿Quién es el número uno? No importa. Basta con saber que Franzen ha escrito dos magníficas novelas en una sola década y que la nueva es tan buena como la anterior».
La tribu de los Berglund
Si en Las correcciones Franzen nos hacía convivir con las sombras y claroscuros de los Lambert, en su nueva novela -más de 600 páginas en el original inglés- asistimos a las vidas cruzadas de la tribu formada por Patty y Walter Berglund y sus hijos Joey y Jessica; la devota y joven ayudante de Walter, Lalitha; y el músico Richard, el gran amigo de Walter, que acabará componiendo un peculiar triángulo con la pareja.
Al éxito fulminante de la novela contribuyó notablemente el detalle de que el propio Barack Obama la eligiese como su lectura veraniega durante las vacaciones del 2010. La polémica caldeó aún más el debate sobre la gran narrativa americana. Si en el 2001 la ultrafamosa presentadora televisiva Oprah Winfrey había retirado Las correcciones de su célebre club de libros por considerarla demasiado «compleja y oscura» (lo que alimentó, naturalmente, la curiosidad del público), un sector del feminismo norteamericano arremetió hace unos meses contra él por considerar que el canon de la gran novela americana solo incluía la obra de varones blancos.
Una portada de ida y vuelta
Conflictos al margen, el atronador aplauso de crítica y público a Libertad lo convirtió en la portada de Time de agosto del 2010. La histórica cubierta que había criticado sin tapujos en su célebre ensayo Cómo estar solo, publicado originalmente en la revista Harper?s en 1996, tras emerger de una profunda crisis creativa y personal que mantuvo paralizada su carrera. En su texto se lamentaba Franzen de que la misma página en la que había asomado un par de veces el retrato de James Joyce fuera ocupada por autores como Scott Turow o Stephen King. «El dólar parece ahora la unidad de medida de la autoridad cultural y una institución como Time, que no hace tanto aspiraba a dar forma al gusto nacional, ahora se dedica simplemente a reflejarlo», advertía entonces el mismo autor que con el paso de los años acabó sucediendo a Joyce y King en la portada. Una de esas paradojas que Jonathan Franzen borda en su prosa.