El monstruo reaparece en Avilés

camilo franco AVILÉS / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

Kevin Spacey estrena en el Centro Niemeyer una versión física, enérgica y algo socarrona del «Ricardo III» de Shakespeare

30 sep 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Kevin Spacey no quiso darle tregua a Ricardo III. Ni se la concedió a él, ni se la dio al público de Avilés que en la noche del miércoles asistió convencido a un estreno teatral que quería poner al Centro Niemeyer más cerca del circuito internacional que del centro de la polémica de los asuntos políticos. Aunque el estreno era a la sombra del Niemeyer, tuvo lugar en un llenísimo el Teatro Palacio Valdés.

Spacey salió decidido a dar el recital. Se tomó tan en serio la importancia del papel que, en algún momento, parecía más importante que el personaje. Dirigido por Sam Mendes, este Ricardo III está dividido en dos partes y esa partición no es para aliviar al público de las tres horas y cuarto que dura la obra. La primera parte es la escalada al trono de Ricardo. Ni a Mendes ni a Spacey les debe gustar la distancia, porque, a lo largo de la obra, la energía del actor contagia al personaje y lo lleva un poco más allá de sus necesidades.

En la primera parte, Spacey se alimenta con algunas artes del bufón para sugerir que la crueldad del personaje era capaz del sentido del humor. En la segunda, ya coronado Ricardo III, el humor ofensivo se vuelve manía persecutoria y Spacey se pone serio desde la ira sin sombra de descanso.

El Ricardo de Spacey es un tullido sin problemas para moverse y puede parecer contradictorio que el actor eligiera un registro tan físico. A él le va bien y lo aleja mucho de la película de Al Pacino.

La versión Mendes-Spacey busca el contacto directo con el público y las maquinaciones del protagonista convierten al público en testigo de sus intenciones. El actor esquiva la locura del personaje, prefiere demostrar la crueldad de su determinación y retar a los espectadores a seguirlo en su ambicioso recorrido.

La obra es concéntrica alrededor de Spacey, con un contraste muy acusado entre lo enérgico del protagonista y la actitud tirando a estática del resto del amplísimo reparto.

Mientras Spacey no quería dejar dudas sobre su capacidad actoral y se dejaba colgar cabeza abajo como cualquier dictador depuesto, el entorno cercano de las calles de Avilés enseñaba rótulos rojos en apoyo al Centro Niemeyer, puesto en entredicho por el consejero autonómico del Principado. La obra, estrenada en junio en el Old Vic de Londres, finalizará mañana en la ciudad asturiana.