El año del atrevimiento del cine español

COLPISA

CULTURA

«Eva», «Arrugas», «Chico y Rita», «Los pasos dobles» o «No habrá paz para los malvados» derribaron barreras que parecían imposibles de tumbar

15 feb 2012 . Actualizado a las 22:50 h.

No se trata de los números, se trata de las ideas, y en el cine español del 2011 se pueden rescatar unas cuantas que han dejado huella, si bien no tanto en la taquilla, sí, desde luego, en la evolución creativa de su cinematografía. De esta manera, 2011 puede ser recordado no sólo como el año en que Torrente 4 nos salvó, sino también como aquel en que el cine de animación se hizo adulto con el estreno de Chico y Rita y Arrugas, aquel en que vio la luz el primer filme patrio de robots, Eva, ese en el que Urbizu se atrevió a hacer una película redonda -No habrá paz para los malvados- tomando como punto de partida el 11-M, así como el año en que el cine de autor más periférico conquistó el centro de la industria: Isaki Lacuesta se hizo con la Concha de Oro de San Sebastián con su película de madurez, Los pasos dobles y Agustí Villaronga recibió el Premio Nacional de Cinematografía cerrando así el año de su consagración con Pa negre. Visto así, 2011 ha sido el año del atrevimiento.

En la línea marcada por el cine de animación europeo para adultos más que en el de las grandes producciones de Hollywood, y lejos del cliché del dibujito animado, Chico y Rita y Arrugas se atrevieron a atacar un segmento que muchos productores españoles habían temido. El resultado fue una historia de amor clásica contada a ritmo de bolero y dirigida por Fernando Trueba y Javier Mariscal, y un filme sobre la vejez y el alzheimer, adaptado del célebre cómic homónimo de Paco Roca. Los resultados han sido contundentes: Chico y Rita está ahora en la carrera hacia el Oscar, nominada en la categoría de mejor animación por la Academia de Hollywood; y Arrugas ha roto una barrera pesada al convertirse en el primer filme español de animación que recibe una nominación a los Goya fuera de su casilla, concretamente en el capítulo de guión adaptado. Ambas películas han venido a demostrar que otro cine de animación es posible también en España, abriendo la veda a otros proyectos en preparación.

En el territorio no tanto del tono, sino directamente de los temas, vimos en el 2011 caer otra muralla: la de un subgénero de la ciencia ficción, el de la inteligencia artificial, que no había tenido más que brotes anecdóticos en la historia del cine español, como la película infantil El rayo desintegrador (1966) o aquel descacharrante Supernova (1993), con Marta Sánchez al volante. «Nuestro país está lleno de tabúes y, entre ellos, está ese de que no podemos. Eso deja margen para la gente que quiere innovar», asumía Kike Maíllo, director de Eva, en una entrevista del pasado verano. Si bien el resultado en taquilla no acabó siendo demasiado positivo, la película podría verse ahora recompensada frente a los espectadores si los Goya la hacen triunfadora en buena parte de las 11 categorías a las que aspira, tal y como le ocurrió a Pa negre al ganar nueve Premios Goya hace un año ahora.

Cine de autor

En efecto, el antes ultraperiférico, pero siempre interesante director mallorquín Agustí Villaronga, vivió en el 2011 las secuelas de haber realizado en el 2010 una película ejemplar sobre la posguerra. La Academia de cine lo consagró en su fiesta grande y el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de Cinematografía, mientras él se retiraba del ruido mediático en el rodaje de su siguiente proyecto, una tv movie sobre Evita en España.

De alguna manera el caso de Villaronga enlaza con el de otro autor del cine español también recompensado en el 2011. El heterodoxo y brillante Isaki Lacuesta fue premiado con la Concha de Oro por Los pasos dobles, película en la que colaboró Miquel Barceló, y filme que recoge todas las claves de su cine (la alteridad, el desdoblamiento, la fragua de los mitos) llevándolas un paso más allá, siempre en la línea de la aventura y el juego poético característico del cine de Lacuesta. Ambos casos, ilustran la consagración de dos cineastas libres, que se han mantenido al margen y que desde allí conquistan el centro.

En la sección oficial de Donostia competía también otro filme español notable en su atrevimiento y su impecable factura: No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, apostó por derribar dos pesados complejos del cine español: el miedo al thriller y a indagar en las llagas recientes, en este caso el 11-M. Urbizu, junto a José Coronado, realizaron una película de ritmo y factura ejemplar, que se fue de vacío en San Sebastián pero que podría triunfar en los Goya, donde suma 14 nominaciones, si Almodóvar y Mateo Gil (otro valiente, esta vez en el terreno del western con Blackthorn) se lo permiten.

Una última clave, no por menos relevante, aunque sí mucho más invisible: Dispongo de barcos, de Juan Cavestany fue una de las pequeñas grandes sorpresas del cine español del 2011. Una demostración de que se puede hacer cine sin plan de producción, con amigos y una cámara HD casera, es decir, un cine lejos de la confección industrial, que no necesita ni un euro de presupuesto (o casi). El resultado fue una de las películas más insólitas y también más audaces de los últimos años a la hora de hablarnos, en clave absurda, del miedo, la soledad, y la sempiterna crisis. Un cine sin complejos, valiente y audaz.