La novela de Tolstói vuelve a la gran pantella en una original versión protagonizada por Keira Knightley; con guión del dramaturgo Tom Stoppard y la dirección del barroquizante Joe Wright, que resitúan el drama clásico en la posmodernidad
16 mar 2013 . Actualizado a las 16:18 h.Las versiones servidas por el cine sobre Anna Karenina, el novelón de León Tolstói, se ajustaron al canon de los period filmes, léase adaptaciones sobre grandes obras literarias. Cierto que es un personaje que cualquier actriz sueña con vestir. Lo hicieron Greta Garbo (en 1935, a las órdenes de Clarence Brown), Vivien Leigh (en 1947, para Julien Duvivier) y Sophie Marceau (para Bernard Rose, en 1997), entre las más conocidas de la decena de adaptaciones para cine y televisión.
Como mucho, algunas de ellas la retrataron como mujer reivindicadora de su libertad personal y sentimental frente a una sociedad hipócrita que, paradójicamente, se niega a abandonar.
Y en esto el dramaturgo y guionista Tom Stoppard (Óscar en 1998 por Shakespeare in Love) se asocia con el director Joe Wright (Orgullo y prejuicio, 2005 y Expiación, 2007), entre otros filmes) para dar al decimonónico texto un algo de posmodernidad, sin alterar sus esencias ni ponerse estupendos.
Osado planteamiento
Naturalmente, toda ruptura representa un riesgo y, si bien esta Anna Karenina no deja indiferente (pese a tener a Keira Knightley y Jude Law al frente), la crítica y el público norteamericanos encontraron demasiado osado el planteamiento estructural de Stoppard & Wright, comenzando por la audacia de situar el grueso de la trama (apenas hay unas escenas de exteriores, tomadas en Rusia) en un viejo teatro agonizante, construido en los Shepperton Studios. Eso sí, luciendo una impecable dirección artística, bien visible en vestuario, ambientación, atrezo y en la textura fotográfica, elegida por Seamus McGarvey, fotógrafo que ya acompañara a Wright en la memorable Expiación.
En el guion Stoppard plantea el juego de sentimientos en los personajes sobre dos planos, el de las relaciones sociales en la aristocrática sociedad crepuscular del XIX (que requiere de convenciones y de apariencias hipócritas) y el de sus sentimientos más puros, recogidos en un contexto más natural (las anotadas secuencias de exteriores). El drama de Anna y su relación adúltera con Vronsky y el del combativo e inconformista Levin (trasunto del propio Tolstói) en su tormentosa relación con Kitty transcurren hacia su desenlace, dejando en el espectador la sensación agridulce de haber asistido a una propuesta original, tentada por el artificio y un punto de pedantería, anotando otra secuencia para la memoria, la del baile, como ya había ocurrido con el famoso plano-secuencia de la playa en Expiación, también subrayado por la brillante música de Dario Marianelli.