Ella es la dama y yo soy el vagabundo que rastreó sus libros. Fue un hada buena. Un trasgo travieso de los bosques. Su melena de nieve y su prosa de ensueño lo merecen todo. Ana María Matute se cayó de otra galaxia. Escribir para ella era atravesar el espejo y emboscarse en la fantasía. Muchos de sus libros son de una triste tristeza que lleva a las lágrimas. Llorar es una terapia. Tiene primeras frases de las que quedan: «Nací cuando mis padres ya no se querían». Toma. Y así fue revelando textos con alta sensibilidad y se refugió en los cuentos. Su imaginación creció en la oscuridad del cuarto oscuro. Tartamuda, niña rara, la tartamudez se le pasó en los bombardeos de la guerra. Se agarraba a la mano de sus padres y hermanos junto a la pared maestra. Perdió la custodia de su hijo y, muchos años después, sufrió larga depresión sin motivo. La peor depresión. «Del sufrimiento se aprende si sobrevives». Los niños pueden descifrar su magia en El polizón de Ulises o Sólo un pie descalzo. Está su trilogía sobre la Edad Media, «la vida en estado puro». Ella solo creía en el Rey Arturo. Y se consideraba muy europea, «yo he sido de Europa siempre, desde que leía a Andersen de niña». Ana María Matute decía: «Yo no vivo, floto». Ella se colocaba con la fantasía, su droga. Tiene un libro, Los niños tontos, que es tremendo. A la altura del Alfanhuí, ese evangelio de Ferlosio. Ella salió adelante de una infancia dura porque veía estrellas en las lámparas y un unicornio que caminaba por el pasillo. Perder la inocencia es perder la isla, lo que nos salva de ahogarnos. Con Matute hacemos pie. Y ahora ella estará con Gary Cooper, por lo menos, en los cielos.