Hoy, que parece ser que se celebra el día internacional del beso (la única manera hermosa de tapar una boca), han dejado de latir, como peces tirados del agua dos escritores: Günter Grass y Eduardo Galeano. Estos dos calamares de tinta tenían alma y calma. En los textos breves de Galeano hay un mundo. En sus párrafos caben varios universos y un unicornio. Eduardo Galeano hablaba con dulzura, pero daba caña de azúcar. Fue escritor de referencia para una izquierda que sabe que el corazón está a la izquierda y que la derecha goza siempre de la maldita preferencia de paso. De aquel ensayo brutal sobre Las venas abiertas de América Latina a esas casi greguerías de sus últimos libros, en los que resumía el latrocinio de la historia y la bondad de un corazón abierto en canal. Galeano fue acortando lo que escribía, porque el sabio sabe que llega con no mentir. Galeano tenía un acuario en sus ojos. Y amaba el fútbol y le sacaba punta al balón y al juego: «Durante más de medio siglo, el árbitro vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores». Era uruguayo, del paísito, como Benedetti, como Pepe Mujica. Benedetti apuntó: «Dicen que uno pertenece a quien le extraña». Somos muchos los que vamos a extrañar a Galeano: «El dinero es como el agua salada. Lo pruebas y quieres más. Pero nunca sacia».