«Peter y el dragón» tiene buena calidad audiovisual para una moraleja más simple que una patata frita
26 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Disney estrenó en 1977 uno de sus éxitos animados, Pedro y el dragón Eliott, que ahora pone al día con actores y aprovechando los avances en materia digital, aunque sin apenas tocar lo básico de su discurso. Allí se trataba de entretener a los más pequeños y aquí se amplía al target familiar con iguales intenciones de buen rollo, en un tono realmente añejo aunque ajustada su factura a lo que ahora exige la gran pantalla mainstream: espectáculo. Buena calidad audiovisual para una moraleja más simple que una patata frita: la ilusión llega desde el cielo. Aquí, en forma de dragón que ayudará al huérfano Peter a encontrar sentido a su nueva vida... familiar. Finalmente todos contentos y felices. Los humanos encontrando esa paz interior que todos ansían y el dragón viviendo en su mundo fantástico, del que salió en algún lugar boscoso del noroeste de Estados Unidos (aunque el rodaje se haya realizado en Nueva Zelanda) para ocuparse de un pequeño que sobrevive a un accidente de automóvil.
Si la anécdota es lo que es, otro tanto son los personajes, de trazos elementales, a excepción del recreado por Robert Redford, un viejo tallista que les cuenta a unos críos que allí en el bosque habita un dragón feroz. Y colorín colorado este cuento se ha acabado, aunque para rellenar un metraje de poco más de hora y media, junto a las manidas secuencias «aéreas» con Peter a lomos de Eliott, hubo que añadirles una subtrama con coartada ecológico-forestal. O sea, que tenemos un aserradero que vive de la tala de árboles (léase el hábitat de los personajes del título), un puñado de malencarados sin escrúpulos a los que al mito alado les resulta picajoso, una guarda forestal buena gente, naturalmente una niña que hace buenas migas con Peter y alguna que otra cosilla filmada tropecientas veces. Sin restar mérito a sus intenciones cariñosas y un punto melancólicas, y aun reconociendo que como remake luce la dignidad exigida por un pequeño clásico Disney (sin cachivaches ruidosos ni empacho de pantallitas ni cerebritos de dos patas), su candidez se antoja de otro tiempo.