La cinta brasileña «As boas maneiras», una formidable revisitación del mito del hombre lobo
10 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Llevábamos algunos años sin representación del cine gallego en sección oficial de Sitges. Dhogs, ópera prima de Andrés Goteira, no se anda con chiquitas. Explora un universo que cabalga de lo cotidiano a lo radical, al salvajismo de la violencia primaria. A mí me gusta más la primera capa: la mirada perdida del taxi-driver que encarna Morris, la seducción urgente en el bar de un hotel de Carlos Blanco por Melania Cruz. Y cuando el filme se abre a lo brutal me parece encontrar demasiadas referencias -por ejemplo, la ubicua influencia lynchiana- de menor veracidad. Pero valoro el sentido del riesgo que preside toda la propuesta -con sus derivas metacinematográficas- muy bien recibida aquí por su naturaleza de fantastique osado, insólito en el panorama nacional.
As boas maneiras es mayúscula obra maestra, de esas dos o tres películas que sobrevivirán a la añada y a la década. En ella, los brasileños Juliana Rojas y Marco Dutra -que habían esbozado su talento en el 2011 con Trabalhar cansa- destilan una prodigiosa revisión del mito del hombre lobo, a partir de la fusión de elementos del costumbrismo, del hilo inicial de una arrebatada pasión lésbica y de un excurso por el cine musical minimalista. Pero esa armonía de elementos, de transformación de un pequeño salvaje en licántropo de lunas llenas de barriada, deviene obra de dimensiones colosales porque todo en sus licencias para ensamblar elementos del melodrama popular y tótems del fantastique fluye con tal natural celebración de la libertad creativa que As boas maneiras va convergiendo hacia el manantial desde donde se hace transparente el celuloide legendario y con licencia para brillar desembridado de cadenas o convenciones. Cine sobrenatural con lobito y mamá afro-coraje.
La autenticidad de As boas maneiras desnuda por completo la impostura pseudomoderna del espectro con blanca sábana naíf, a lo Casper, de A Ghost Story, en la que David Lowery pretende colar de matute trascendente una historia de fantasma (en vida, Casey Affleck) voyeur de su viuda. Mientras la cámara se limita a filmar a Rooney Mara, ella aún es quien de sostener esta vaciedad petulante, engañifa ñoña más cursi que Ghost. ¡Y algunos la celebran como vanguardia!