Pawlikowski sublima una dolorosa historia de amor en «Cold War»
12 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Pawel Pawlikowski condensa en los poco más de 80 minutos de su soberbia Cold War una historia de amor bigger than life entre un compositor y una cantante cuyas vidas se funden en una Polonia donde impera el culto a Stalin. Y cuyos caminos se van prolongando en una agonía de encrucijadas marcadas por la fractura de la Europa dividida en bloques, entre París, Berlín, Yugoslavia y Varsovia como estación termini. Esa guerra fría va impidiendo hasta la extenuación la vivencia de esta pasión angustiosamente preterida, en medidas set pieces donde cada matiz -la banda sonora, la ambientación, desde los coros y danzas estalinistas a los clubes de jazz de la Rive Gauche parisina- digiere en certeras elipsis el curso del tiempo que hiere a esta pareja de damnificados por el siglo de las ideologías fuertes.
Cada poro del blanco y negro que imprime fatalismo a esta crónica de pobres amantes rezuma dolor a través de la entereza de la fe en la única ideología ya posible, la del amor cristalizado. Y emociona la delicadeza fastuosa con que Pawlikowski conduce a su dueto pasional hacia la rasgada cortina de acero tras la cual sus agonistas se reservan la elección de su ceremonia trágica de los adioses en esta bellísima pieza de orfebrería de los romances lacerados.
Fue también el Día de la Iluminación. La cita con el Gurú del Gurugú de la cinefilia intransigente: un Godard que envía su película como sermón de la montaña suiza donde ejerce de misántropo más allá del bien y del mal. Su Livre d’Image es lo más parecido a una misa en latín. Sin más vueltas, Godard es una religión insufrible donde celebra sus trastabillantes tablas de la ley una grey de carbonarios genuflexos. Habla Godard del «terrorismo como una de las bellas artes», de «su confianza en las bombas». Qué más da. A estas alturas, lo único relevante en estos rituales es sentarse en pasillo o punta de fila porque si quieres ausentarte antes de la bendición, y molestas a los godardianos, pueden ofenderse o, directamente, negarse a flexionar las piernas e impedirte huir. Godard, qué pesadilla, qué cul de sac.
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