El pianista riquiño se liga a Vigo

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

CULTURA

Oscar Vázquez

El público corresponde con entrega al flechazo del músico británico James Rhodes por la ciudad en un concierto abarrotado y en total conexión con el intérprete

16 ene 2020 . Actualizado a las 17:37 h.

Lo tenía chupao. Si le hubiera dado por interpretar veinte veces el Do Re Mi de The sound of music también se le habría aplaudido hasta sangrar ayer en el Auditorio Mar de Vigo. Para empezar, porque cae bien. Luego, porque toca muy bien. Y después, porque hace disfrutar con una música, la clásica, que creíamos que aborrecíamos por pura ignorancia y dejadez.

James Rhodes adora la música y le encantan las palabras. Y ambas aficiones suyas son viralmente contagiosas. Desde que vive en España disfruta como un niño descubriendo vocablos nuevos. «Riquiño» ya lo conocía y hasta lo usa en sus tuits con los que se ha estrenado con la lengua gallega. En su tercera visita profesional a Galicia (y primera a Vigo), el músico se ganó a su público un día antes de tocar ni una tecla del piano con el que ayer colmó los corazones de las 1.400 personas que llenaron el Auditorio Mar de Vigo con la naturalidad con la que pasea su figura esmirriada por la ciudad glosando sus bondades. Caló su mensaje de tipo auténtico que se hace fotos en el dinoseto, como todos los turistas, alejado de bufonadas que los vigueses sufren cada día con bochorno.

Su concierto no estaba dentro de la programación de las Festas de Vigo, pero pone el listón muy alto antes de empezar. Es de los pocos que llegan al nivel de calidad mínima que se le exige a una ciudad habitada por sensibilidades diversas. Superar a Bach, Rachmaninov o Chopin es misión casi imposible. Pero pasearlos por el mundo como una estrella de rock no es nada fácil y es lo que el británico Rhodes consigue. Y no se será sin despeinarse, porque ya sale desmelenado de casa.

El humor, la conversación sin el grimoso afán didáctico que otros han intentado antes, es lo que hace que esa música que solo saben apreciar hoy unos pocos, reviva en oídos nuevos. La ausencia de apresto para el cuello de las camisas también ayuda en el caso de este gran showman con pinta de desastre.

Con un recital muy sencillo Rhodes borra décadas de penosa educación musical con la Canción de la alegría a la flauta. Solo tenía que llegar un fulano como este inglés campechano que viste como cualquiera de los que van a escucharle. Que si tocó la Partita número 1 en si bemol mayor de Bach, la Balada número 3 en la bemol y la Romanza del Concierto para piano número 1 de Chopin o los preludios opus 3 número 2 y opus 32 número 13 de Rachmaninov es lo de menos. Lo de más es seguir por ahí, aprendiendo a escuchar.