Las carreras del director y de su musa permanecen petrificadas desde que comenzó este siglo
13 oct 2018 . Actualizado a las 14:06 h.Esta 51.ª edición del Festival de Sitges está dedicada al medio siglo del 2001 de Kubrick. Pero creo que respondería al espíritu de los incondicionales de este festival infinitamente más -pero como de aquí a Lima- que lo festejado fuesen las cuatro décadas de aquella Noche de Halloween en la cual un director casi novato (John Carpenter) y la hija entonces veinteañera de Janet Leigh (Jamie Lee Curtis), que luchaba lo indescriptible para durar viva más que su madre en Psicosis, definieron con letras mayúsculas una rama del género de terror. Les hablo del slasher, las historias donde un psicópata enmascarado mata a jóvenes, preferiblemente a cuchilladas, que encontraría en el frenesí de aquella película que no iba para histórica pero vaya si la hizo una cima del horror contemporáneo. Cuarenta años no son nada y, además, las carreras del director y de su musa -con él rodó también La niebla y 1997: rescate en New York- permanecen petrificadas desde que comenzó este siglo. Esto último debe de haber pesado mucho para decidir a Carpenter a implicarse de nuevo con todo el equipo -las sucesivas secuelas del original las fue dejando en manos ajenas hasta que se desmerengaron- en la celebración del aniversario con una nueva Noche de Halloween que trate de responder de tú a tú a la icónica cinta original. Lo consigue en cierta medida: el guion es sobrio y tan respetuoso con el sello de su denominación de origen como resulta el pulso, el tempo, la vuelta a la actividad del serial killer Michael Myers, la forma en la que Jamie Lee Curtis no es solo la abuela de los protagonistas (la mayoría de los más de mil forofos que poblaban el Auditorio de Sitges no había nacido cuando conocimos a Curtis como la canguro esquivando navajas), sino que establece con su némesis psicótica un juego de poder, de ratón y gato, que anima el revival y le aporta un bien medido guiño crepuscular.
Es llamativo que Carpenter -que solo tiene 70 años- no se haya animado a retomar la cámara y deje la dirección en manos de un tipo, David Gordon Greene, que alcanzó hace algún tiempo un prestigio que nunca entendí con comedias agridulces que desanimaban hasta a los hinchas del Olimpiakós. Pero como Greene lleva años de capa caída se aplica -por la cuenta que le tendrá- en caligrafiar con esmero los raíles del miedo de saberte baby-sitter en la noche de difuntos. Porque este Halloween está destinado -y en ese logro radica su triunfo- a convencer de manera innegociable a los esencialistas de la película matriz de 1978. Y, por el camino, a pescar a las generaciones jóvenes que pensaban que Michael Myers era un rookie de los Sixers de Philadelphia.