Darío Villanueva: «La censura de la corrección política no te encarcela, pero destruye tu prestigio»
CULTURA
El filólogo vilalbés y exdirector de la RAE analiza críticamente esta cuestión y también la posverdad en su nuevo libro, «Morderse la lengua»
20 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.El filólogo, exdirector de la RAE y profesor emérito de la Universidade de Santiago Darío Villanueva (Vilalba, 1950) aborda los peligros que tienen la posverdad y la corrección política en su nuevo libro, Morderse la lengua (Espasa). Asegura que estas dos cuestiones destruyen el sentido común.
-«Morderse la lengua». ¿Debe hacerse cada vez con más frecuencia? ¿Tenemos miedo a la expresión de las propias opiniones?
-Es una de esas expresiones habituales que, además, la hay en muchos idiomas. Veo dos diferentes posibilidades. Todos nos mordemos la lengua de manera voluntaria, por decisión propia, por razones de cortesía, de oportunidad, de conveniencia o incluso por miedo a meter la pata. Pero yo hablo de otra modalidad de la que estoy totalmente en contra, que es tener que morderse la lengua por culpa de una forma de censura posmoderna que se ha dado en llamar corrección política. Eso genera muchas veces una verdadera autocensura. Es decir, la corrección política significa que alguien o algo sin que sepamos exactamente quién -porque no es el poder político o el religioso el que establece la censura, como antes, sino que es alguna otra instancia- nos dice que una cosa no se puede pronunciar, no se puede decir, que una frase no se puede enunciar y nos marca unas pautas de comportamiento verbal. Eso es censura y contra eso es contra lo que yo estoy. Y contra ese morderse la lengua es contra lo que va mi libro.
-Alude a la corrección política como una censura. ¿Es la más peligrosa de ellas?
-En el libro la llamo a veces perversa porque sabíamos cómo era la censura ejercida por el poder, la censura del poder político, del poder religioso... Por suerte, en las sociedades democráticas actuales, ese tipo de censura ya no existe; pero, de repente, aparece otra censura que, en sus orígenes, nace de la sociedad civil y de alguna instancia vaporosa, gaseosa, que no sabemos exactamente cuál es, pero que actúa de una manera implacable. Lleva a lo que el año pasado en Estados Unidos dio motivo a un movimiento que se plasmó en un famoso manifiesto publicado en Harper’s, que denuncia esta práctica llamada cancelación. Esta censura de la corrección política no te mete en la cárcel, pero lo que hace es que te condena al ostracismo, destruye tu prestigio, anula todo lo bueno que hayas podido hacer atribuyéndote una etiqueta con la que quedas ya marcado para siempre. Esto no es ninguna broma. Cuento el caso desafortunadísimo de un profesor español en la universidad norteamericana de Princeton, muy apreciado por sus alumnos, que un día hablando con uno, le dijo: «A ver si de una vez te pones a estudiar y dejas de tocarte los cojones». Es una frase hecha, pero fue denunciado por acoso sexual verbal y la universidad lo expulsó. Al final, el profesor se suicidó. Ese movimiento contra la cancelación advierte que esas cosas están ocurriendo continuamente.
-En el libro alude al impacto que la corrección política podría tener en el diccionario. ¿Qué pasaría si esta corrección se impone?
-Durante los nueve años en los que fui secretario y director de la RAE viví muy de cerca lo que es la presión de la corrección política sobre el diccionario, que es verdaderamente intensa, incluso, yo diría, terrible, porque se parte de la base de que hay que quitar del diccionario todas las palabras que a algún grupo, o incluso a alguna persona, no le parecen correctas. Recibí continuamente presiones, casi siempre agresivas, para que se quitaran del diccionario expresiones y palabras. Pero esta es una pendiente que no tiene fin. El lenguaje nos permite expresarnos como unas personas civilizadas, correctas, pero también como unos auténticos canallas, unos racistas y unos machistas. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Hacemos el diccionario solo con las palabras bonitas? Admitir la corrección política del diccionario es, simplemente, destruirlo. Cualquiera se creería en el derecho de exigir que se retirara algo que entiende que le afecta. Esto no se puede hacer, de modo alguno.
«No hay que confundir gramática y machismo»
La posverdad es otro de los asuntos que aborda en su libro Darío Villanueva. «La mentira -porque la posverdad es una mentira- ha existido siempre», indica. La liga con la «quiebra de la racionalidad. Es decir, se está destruyendo la visión del mundo que se configuró en el siglo XVIII».
-¿Estamos a tiempo de frenar la corrección política y la posverdad?
-Está habiendo ya reacciones. Todo ese movimiento contra la cancelación es muy significativo. Las cosas han llegado a un punto de gravedad suma que la gente percibe porque, además, se está destruyendo algo que sirve para nuclear la sociedad, que es el sentido común, que también hay un sentido común lingüístico, que parece que es lo que está en liquidación.
-También aborda el lenguaje inclusivo. Le pidieron que revisase incluso la Constitución.
-Creo que la revolución feminista es el hecho histórico más importante de este siglo y el más importante que yo viviré. Es una revolución, además, no sangrienta, razonable, obligada y enriquecedora. El único problema que hay es que se hacen atribuciones que no son correctas. Se atribuye a la lengua pecados en contra de la condición de la mujer de los que la lengua no es culpable. Las palabras no crean las cosas. Es al revés, las cosas crean las palabras. Si fuese de aquel modo, sería muy fácil arreglar el mundo, porque bastaba con suprimir las palabras para que las cosas se arreglaran. Es cierto que estamos trabajando para depurar la lengua de expresiones que son burdas, inconvenientes, que afectan a la condición de la mujer. Yo, como director de la Academia, procuré que se hiciera con el diccionario, pero las lenguas tienen una estructura propia que no fue inventada por el patriarcado. La causa del problema de la igualdad de la mujer no está en la estructura de la gramática, por lo tanto, no hay que confundir gramática y machismo.