Una formidable Claire Simon invoca a Marguerite Duras como ser vampírico

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

Claire Simon (izquierda), con la actriz Emmanuelle Devos.
Claire Simon (izquierda), con la actriz Emmanuelle Devos. Juan Herrero | Efe

Las directoras latinoamericanas Claudia Llosa e Inés Barrionuevo completan una jornada dominada al completo por autoría femenina

21 sep 2021 . Actualizado a las 09:32 h.

Hay que reconocer el acto de inestimable valor que por parte de este festival supone hacerle lugar en su sección oficial a concurso a una película como Vous Ne Désirez Que Moi, en la que no hay otra acción explícita que las confesiones del último compañero de Marguerite Duras hablando para una grabadora ochentera de aquellos años de amor tan total como imposible. La gran sala del Kursaal -aún se hace más grande con su ocupación mediada por las medidas covid- aplaudió con tímida cortesía la propuesta de Claire Simon. El director del festival, José Luis Rebordinos, y sus programadores saben bien que el patio de butacas jalea otras cosas. Es sencillo complacer a las grandes audiencias. Pero eso se llama demagogia. Por ello es que darle este enorme espacio y visibilidad a un filme como el de Simon supone -creo- cumplir la más noble e innegociable función de un festival: la de apostar por la inteligencia, el rigor, la tensión creativa. Y también por las emociones puras. Hay infinitamente más aventuras, peligros, épicas, conquistas, villanías, disparos cruzados o batallas de sexos y de las otras en lo que narra Yann Andréa -secretario, amante e inspirador de Marguerite Duras en sus últimos dieciséis años de vida- que en dos horas y media de memeces descerebradas como Dune.

Estamos ante el arma de la palabra capaz de engendrar imágenes poderosas, de proyectar en tu imaginario esa figura de leyenda que fue Duras, quien adquiere en este filme la fuerza de una invocación como ser vampírico, fagocitador de cuerpos y de almas, dominatrix de voluntades extinguidas ante su poder sobrehumano. Así de intensa y agitada es la película de superheroína -dónde va a parar la Marvel u otras fast foods- que propone Claire Simon, quien en Vous Ne Désirez Que Moi ficciona el encuentro de Yann Andréa con una entrevistadora (son los actores Swann Arlaud y Emmanuelle Devos, inspiración de tantos filmes de Arnaud Desplechin) en un ritual que oscila entre la entrevista y el psicoanálisis, un equilibrio magnético que te mantiene en constante alerta. Y en el cual, Duras permanece siempre en el fuera de campo -en las reclamaciones por un teléfono interior, en las rememoraciones de Andrèa- y solo nos es permitido verla en imágenes de archivo. Pero su contrafigura crece hasta ocuparlo todo en el rastro que su último compañero de vida va dejando de su insaciable canibalismo emocional, de su vitalismo de chica de quince años en el cuerpo de una mujer de casi setenta, alcoholizada y atiborrada de antidepresivos. Esa relación inarmónica, desigual, llena de tiranteces que solo se aliviaban con el sometimiento del hombre al pacto de dominio ante Duras, explora los recovecos de exigencia de la mujer y de la creadora. Y de su monstruosidad. También lo que de autodestructivo generaba en el otro: la negación forzosa de la homosexualidad de su amante, la necesidad de que se reflejase solo en el deseo hacia ella.

Es Vous Ne Désirez Que Moi una maravillosa aventura cinematográfica como de otro tiempo. A ratos, me viene a la mente otra película fantasmática eminente y también de trasfondo literario como es El desencanto. Yo no voy nunca a pensar que quienes se aburran con el filme de Claire Simon sean por ello poseedores de mayor o menor o menos lucidez. Ya se encargarán otros de increpar desde su púlpito a modo de trituradora embrutecida de la cultura a quienes disfrutamos de este excurso por las luces y las sombras de la crepuscular Marguerite Duras y de su amante bilingüe. 

Claudia Llosa, entre las actrices María Valverde (izquierda) y Dolores Fonzi.
Claudia Llosa, entre las actrices María Valverde (izquierda) y Dolores Fonzi. Javier Etxezarreta | Efe

 «Okupas» que no dan la talla

Junto a Claire Simon, otras dos realizadoras, ambas latinoamericanas, okuparon la competición. Oficiaron de okupas porque ninguna de sus propuestas da la talla. Con una abisal diferencia entre ellas: la argentina Inés Barrionuevo al menos filma bien y lo hace con cuatro duros. Y la peruana Claudia Llosa y su maldad delirante- y ya con antecedentes capitales- atenta contra el cine con una barrabasada retribuida golosamente por Netflix.

En Camila saldrá esta noche, Barrionuevo practica una inmersión en la insana polarización sociopolítica en que vive Argentina -en realidad, la que sufren tantas y tantas democracias enfermas de las peores pulsiones radicales- a través de la lucha de clases - ¡qué digo!, en la clase- en un colegio bonaerense de familias pudientes y código muy ultra. El esquema reduccionista de la historia de la protagonista recién llegada, rebelde y feminista -a la que el núcleo duro colegial acosa y solo un grupito de losers apoya, a modo de entrañable pandilla basura- es demasiado trucho. Y naíf. Casi como un Verano azul donde se inyectase alguna pastillita y una pansexualidad suavita, de cromo. Sobre el clímax de Femen entre inciensos me ahorro adjetivos, más allá del sentimiento de vergüenza ajena -nunca torera- ante semejante media verónica populista.

Pero lo que de verdad me subleva de esta jornada es la capacidad de Claudia Llosa para superar los listones de misticismo cool alcanzados con su anterior e inenarrable No llores, vuela. Y vaya si voló. Fue tal esa calamidad que aún apellidándose Llosa en el Perú la castigaron siete años sin rodar. En Donosti nos acaba de atacar en su retorno con su adaptación de una premiadísima novela de Samanta Schweblin que Llosa se encarga de convertir -con la complicidad de la escritora- en algo que podríamos denominar como gótico estanciero, esto es, una historia de dos madres -la española Marta Valverde y la argentina Dolores Fonzi: pobres- y de dos posesiones maléficas en diferido que sufren sus hijos, con entorno de granja, caballos sementales mareados, piletas o riachuelos ponzoñosos, sendas reencarnaciones y un batiburrillo que suena a un Shyamalan lobotomizado. Quiere hacer Claudia Llosa terror medio pampero pero siempre con plasticidad e iluminación de postal. Y por el mismo precio te coloca un looping ecologista sobre la venganza de la madre tierra. Qué cara de concreto. Los hermanos Larraín -que producen- hacen caja luego con Netflix e intoxican el gusto de los hogares de medio mundo haciendo más daño que Monsanto.