Festival de Cannes: Kore-eda, Serraille y Dhont convierten el fin del concurso en una guardería
CULTURA
Concluye la competición oficial, en la que solo rayan lo sublime Albert Serra y James Gray. Este sábado se conoce el palmarés
28 may 2022 . Actualizado a las 09:01 h.En jornadas como esta, la última de la 75.ª edición del festival de Cannes, no queda otra que echar mano del libro de estilo de Alfred Hitchcock. Decía Hitch: en el cine hay que evitar a toda costa trabajar con perros, con niños o con Charles Laughton. Lo repito mucho pero es que la lección bien aprendida te salva de muchos percances. Lo del histriónico y magnético actor inglés lo decía el mago del suspense por la pesadilla que supuso el rodaje de La posada de Jamaica.
Por mucho que lo deseásemos, filmar con Laughton hoy sería tarea ardua —en realidad, espiritismo de lujo— porque hace seis decenios que desapareció. En cambio, los críos son muy recurrentes en el cine de este tiempo. Creo que incluso más que en la edad de oro de los niños-prodigio Shirley Temple y Hayley Mills. O Marisol, Joselito y Ana Belén, más tarde, en nuestro interminable franquismo.
En la sección oficial llegó el japonés Hirokazu Kore-eda. Y eso es garantía de que te vas a encontrar en la pantalla con bebés rollizos, con niños de pelargón, con adolescentes níveos. No entran en el negociado de mis emociones. Comprendo que haya un target de público que flipe con las crianzas. A veces, solo ver una carita de ángel en un buen plano escuchas exclamaciones de arrobo en la sala. En parte por eso, Kore-eda es uno de los directores con más tirón de taquilla en España. De los pocos que poseen una audiencia cautiva.
Yo aprecié algo al Kore-eda de comienzos de milenio. Y aquí ganó hace poco, en el 2018, la Palma de Oro por la más que estimable película Un negocio de familia, en la que contaba con bastante sentido cáustico la supervivencia de una familia de ladronzuelos de tres generaciones, con un tono como de neorrealismo tokiota. Pero esto fue un breve paréntesis.
Lo corrosivo no es precisamente el elemento natural del director japonés, que pasa más por su confianza absoluta en aquello de que quien tiene un niño tiene un tesoro. Y Kore-eda posee una guardería entera. Y una incubadora. Para mí que en cada casting repiten los mismos bebés, que son peter-panes del Año Cero. Y permanecen de por vida en la inocencia lactante.
Lo que presentó ayer, Broker, suena fuerte. Pero no se esperen los tirantes despiadados de Gordon Gekko ni las curvas del índice Nikkei. Aquí la bolsa es un mercado negro de niños abandonados. Una banda no demasiado desalmada cree que hacen el bien buscándoles los padres ideales fuera de la inclusa. Broker se ve sin esfuerzo. Los niños ya está dicho que son los de siempre. Pero Kore-eda le pone al argumento algunas emociones que sí que llegan a interesarme, como una trama de mujer que ha matado por autodefensa, en una de las cimas del patriarcado.
Lukas Dhont llamó la atención hace dos años con su drama transgenérico Girl. Han ascendido con premura al realizador belga a la competición. Y en Close aporta adolescentes a la pantalla-guardería. Una bella amistad entre chicos que los demás entienden que es más que eso. Dhont filma bien su cromo lacrimógeno. Dicen que puede ganar algo. Es la bolsa, amigos.
En cuanto a la directora francesa Leonor Serraille suma críos subsaharianos en Un petit frère. De ella se puede decir algo muy bueno. E irrebatible. Es el filme que cierra la competición.
Kelly Reichardt confunde la levedad con el peso del espíritu santo
La norteamericana Kelly Reichardt es uno de los nombres más queridos de la creación independiente. Tiene en su haber dos westerns singularísimos (Meek's Cutoff y First Cow), aunque el filme que más me fascina de los suyos es de los más ninguneados. Se llama Night Moves y trata el plan de un grupo de activismo ecologista armado contra una represa hidroeléctrica.
Como en este Cannes todo lo que puede salir mal, termina peor, esa exacerbación de uno de los principios de la Ley de Murphy se cumple a rajatabla con Reichardt, que ha venido en tono new age con una obra tan leve que se confunde con el peso de un santo espíritu encarnado en el palomo cojo que casi le roba el protagonismo a la excelente Michelle Williams. Showing Up esboza unos días en la vida de una escultora en un entorno performativo muy cool. Lo más intenso que se puede contar de la cinta es el problema que tiene como inquilina Williams con el calefactor del agua caliente. Aquí no hay niños ni perros ni charles-laughtons. Pero sí un gato, el de Williams, que pega un zarpazo a una paloma. Y la llevan al veterinario.
A unas horas de conocer el palmarés, la climatología anuncia la tormenta perfecta: un jurado con hasta seis actores o actrices y tres directores algo truchos (uno, el iraní Farhadi, reciente plagiario). Cómo estará el tema que mi mayor confianza la tengo depositada en Vincent Lindon. En eso me parezco a Carolina de Mónaco.