La cinta francesa «La tour» se postula en Sitges como la gran película de horror del confinamiento

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma de la película de Guillaume Nicloux «La tour».
Fotograma de la película de Guillaume Nicloux «La tour».

La ya veterana actriz británica Frances O'Connor firma en «Emily» un biopic sentimental sobre la autora de «Cumbres borrascosas» donde se echa de menos atmósfera gótica

13 oct 2022 . Actualizado a las 09:58 h.

De la misma forma que la muy premonitoria Contagio, del maestro Steven Soderbergh, fue la gran película anticipatoria de los tiempos de la pandemia, el festival de Sitges desveló este miércoles con la francesa La tour la que tiene hechuras de ser una de las más acrisoladas lectura del confinamiento de la humanidad como un estado de claustrofóbico pánico y la apertura a una era de la oscuridad.

La metáfora irrumpe en La tour en la primera secuencia del filme: los habitantes de un bloque de viviendas de un arrabal descubren de pronto que una sombra de negritud insondable ocupa todo el espacio exterior. Primero creen que han desaparecido los edificios cercanos. Pronto comprueban que un agujero cósmico rodea el edificio. Y se traga o secciona cualquier cuerpo que trate de asomarse.

Sobre esa premisa, Guillaume Nicloux idea no una película de género de terror canónica. Porque la acción no va hacia ese vacío de afuera, sino que se vuelca en el asedio que viven los moradores de esa colmena.

En la medida en que el edificio es un melting pot racial donde caucásicos, magrebíes y negros combaten por hacerse con los escasos medios de subsistencia, Nicloux nos introduce en esos pisos, a modo de celdas, donde la atmósfera se te hace pútrida e irrespirable.

A cada paso, en una suspensión del tiempo que irradia y transmite a la butaca el desconcierto, del desnortamiento, el horror vacui. La tour habla de lo que pueden ser los últimos días de la humanidad pero, en realidad, lo que en la película y en sus junturas de va filtrando es un proceso de deshumanización. Una pérdida de todas las convenciones de la civilización, una conversión de ese mundo en una selva donde cada cual vende su cuerpo o su alma por habitar, por respirar una hora más.

Guillaume Nicloux, director de cámara de Depardieu y también de las incursiones en el cine de Michel Houellebecq, remite su tratado sobre el confinamiento como un darwinista y dantesco mural donde las leyes que rigen son las de Hobbes, con el hombre devenido lobo para el hombre, y las del infierno de Sartre, que son siempre los otros.

Académica Emily Brontë

Emily Brontë es un personaje ya abordado en cine, en el caso más destacado por el realizador francés André Techiné, en una película que abarcaba también a su hermana Charlotte. Emily, opera prima de la ya veterana actriz británica Frances O’Connor, se centra en la vida emocional de la autora de Cumbres borrascosas y lo hace con pulcritud académica inatacable.

No es -en cualquier caso- la obra que podríamos esperar en un festival de cine fantástico porque apenas se perciben en su canónica narración gotas de aquella bruma de goticismo que fermentaba en su novela. Pienso en Remando al viento, aquella película de Gonzalo Suárez donde Shelley y su esposa Mary, Byron o Polidori veían mezcladas sus vidas y pasiones con sus amados monstruos. Frankenstein o el vampiro que se adelantó a Bram Stoker.

Pero en esta Emily todo es aseado, victoriano, contenido, Y en absoluto metaliterario. Qué lástima de acantilados, de precipicios fantasmales. De aquellos abismos de pasión que inmortalizó Luis Buñuel en una de las grandes obras de su periodo mexicano.

Pretenciosa «Huesera»

De México llegaba la otra película en competición de la jornada. Lo tiene muy mal el cine de terror de género en ese país porque -simplemente con arrojar sus miradas sobre la violencia instalada como elemento cotidiano en el país- los mejores directores de su generación, los Escalante, Reygadas, Michel Franco o Natalia Gallardo, escalan ya cimas de espanto (hiper)realista que dejan poco espacio para películas «de sustitos», como dejo dicho el sabio Arturo Ripstein.

Tal vez sea por esto que cuando se ponen a rodar quieran ir más allá de las claves de las narraciones lineales sobre el miedo. Y se monten películas tan pretenciosas como Huesera. Es el primer largo de la realizadora Michelle Garza Cervera y en él se sirve de una situación que se ha convertido en leit-motiv repetivivo de una y de cien películas: el período de gestación de un bebé como puerta abierta para que una mujer despliegue todo un arsenal de paranoias, delirios, temores ancestrales, todo cuanto más cool y metafórico, mejor.

Cuántas veces nos acordamos del Polansky de Rosemary’s Baby, tan insuperable en su arte mayor del complot. Pero parece un signo de los tiempos que el embarazo y la maternidad se erijan en fortines desde los cuales cineastas sin mundo propio se monten su película.

Y así aguantamos que la mujer grávida de Huesera sufra que a su alrededor cuerpos de hombre o mujer retuerzan sus esqueletos en posturas arácnidas que parecen tomadas del blockbuster del cine de terror japonés El grito. O que la dualidad de gustos sexuales de esta mujer sea otra fuente de supuesto conflicto. O sea, se supone que nos quiere contar Michelle Garza Cervera que el heteropatriarcado es un horror y que produce monstruos. De acuerdo. Y también mal cine como el Huesera.

«Historias para no dormir»

Pasó también por el festival catalán, en gira de promoción, la segunda temporada de las Historias para no dormir que homenajean el talento enorme de Chicho Ibáñez Serrador. Los capítulos de la serie original para TVE de los que se ofrece ahora remake son El televisor, La pesadilla, El transplante y La alarma.

Ya me sucedió con la primera temporada que creo tarea imposible reconstruir aquella alquimia -casi toda en blanco y negro- que manejaba Ibáñez Serrador para orquestar piezas narrativas inquietantes con la máxima economía de medios. Y por eso no termino de entrar en la propuesta. De estos cuatro me gusta especialmente El trasplante, de Salvador Calvo. Y es a ratos algo bizarra La pesadilla, como acercamiento a una Galicia donde se producen asesinatos de mujeres y que dirige Alicia Waddington.