«Sueño de navegante»: un relato identitario de la Cuba contemporánea a través de 43 obras

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

CULTURA

XOAN A. SOLER

A través de una selección de piezas del coleccionista español Luciano Méndez Sánchez, Afundación propone en Santiago un viaje por la cultura cubana

23 nov 2022 . Actualizado a las 23:37 h.

La memoria se compone de pequeños fragmentos, trocitos de imágenes recolectadas aquí y a allá que se mezclan, como gotas de una lluvia colorida, para recomponerse en una nueva identidad. Sueño de navegante podría definirse así: Cuba explicándose en un aguacero artístico, el que hace pender del techo Mabel Poblet. Decenas de imágenes recortadas y vueltas a unir sin orden concreto en guirnaldas que forman un bosque de recuerdos troceados.

Sueño de navegante es también un retrato sin voz cosido con jirones, uno detrás de otro. Exactamente igual que el relato heterogéneo, la riqueza artística a la que alude Paloma Vela, coordinadora del área de cultura de Afundación, que componen las más de 40 obras elegidas de entre la extensa colección de arte contemporáneo de Luciano Méndez Sánchez.

Pedazos discursivos que, hilvanados uno junto al otro, acaban conformando un cuadro de gran formato, como Roberto Diago hace en Déjame amarte, que remite, con un lienzo reconstruido a pedazos, a las estrecheces económicas de la década de los 90 pero también a una memoria colectiva anclada en la tricontinentalidad. 

Sueño de navegante es la singladura artística de un pueblo al que ha definido, precisamente, el mar. Por eso tiene todo el sentido del mundo abrir con El Bohío, de Juan Carlos Balseiro, la singladura que tiene como puerto de abrigo hasta el 18 de febrero el centro Obra Social Abanca de Santiago. De la connotación simbólica del océano habla Yadira de Armas en el arranque de un viaje que comisaria junto a Ana Gabriela Ballete y Juan Carlos Moya Zafra. Estar rodeados de agua «nos ha definido no solo social o cultural o políticamente». 

El agua es uno de esos pedacitos que hilvanan la colectividad, que a su vez se compone de miles, de millones, de trozos de individualidad, los que representa Alejandro Gómez Cangas en paisajes descontextualizados. La masa es la protagonista en un escenario incierto —quizá el cielo, quizá el mar— que zambulle al público «esa realidad, en la cotidianidad que es Cuba, una montaña que diariamente hay que escalar, en la que hay que sobreponerse a las adversidades».

Van las dos comisarias cosiendo pedazos de lienzo, uno al lado del otro, componiendo una enorme tela en la que se dibuja una cartografía social, incluyendo el proceso migratorio, el que Alexis Leyva Machado, Kcho, plasma en una obra que protagoniza uno de las cuatro etapas en las que se divide este Sueño de navegante, y que tiene que ver, precisamente, con la insularidad.

Roberto Fabelo (uno de los cuatro premios nacionales presentes en la muestra) también habla de conflicto, de construcción nacional, pero lo hace desde una perspectiva más onírica, a partir de «eres imaginarios, pero con una sentencia de títulos muy interesantes a la hora de entender la obra de Fabelo», explica Ballete: en la misma sala confluyen un Viaje infinito, la Nación doméstica y Hace calor en La Habana, reverberaciones de la cultura, la sociedad y la política. 

A veces, la metáfora se vuelve palpable, y la olla se convierte en materia artística. O los retazos de tela que usa Alfredo Sosabravo, uno de los referentes del arte cubano de los 70 y cuya mirada sumerge en la cultura caribeña a través de piezas manuales y de una paleta de colores que remite a la cultura popular.

Otras, la identidad se mantiene en el plano de lo onírico, ensoñada en un juego gravitatorio en el vértice en el que confluyen África, América y Europa. Flotando en el delicado equilibrio que conforma la idiosincrasia cubana, atravesada por procesos migratorios a tres bandas. La cosmogonía de las religiones afrocubanas se mantiene en la obra de Manuel Mendive, pero es refabulada, reconstruida, remendada.

Al tapiz transcultural contribuye también Carlos Quintana, que hace referencia en su obra a la herencia asiática y en los trabajos de Santiago Rodríguez Olazábal se adivina el profundo conocimiento «casi académico» de la santería, al ser, además de artista, practicante: la muerte, la adivinación, la purificación del ser son algunos de los secretos que se revelan en su obra explican las comisarias. 

«Hay que entender estas obras en un escenario de reivindicación no solo cultural, sino también racial y simbólica», sobre todo por las cicatrices de la trata, y de la «transplantación de la figura negra al Caribe». Las obras son una síntesis visual de la reivindicación, explicitada en la figura negra, sin boca y por lo tanto sin voz, que representa el Déjame amarte de Diago. 

Imaginar una isla

Sueño de navegante es también un juego de espejos. Un reflejo que, a fuerza de reproducirse constantemente, se desdibuja, se recompone. Muta. En la colección de Luciano Méndez se reúnen voces consagradas del arte contemporáneo cubano, pero también nuevos discursos de una nueva Cuba. Artistas jóvenes con el mecenazgo como altavoz.

Imaginar una isla es un compendio de esa nueva Cuba, que reconstruye su memoria a veces «desde una visión futurista, a veces desde una visión distópica, pero muchas veces aún con ese relato marcado», el que se dibuja en la obra, por ejemplo, de Elizabet Cerviño. Un lienzo blanco, nevado, y en la cima, la silueta de la isla de Cuba.

Cuba, un país tropical, en la cumbre de una montaña nevada. Así es como se pinta una historia diplomática: «Surge en un momento en el que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos comienzan a destensarse». La isla, en el punto de mira, en la cima, surgiendo de ese proceso de distensión que popularmente se conoció como El deshielo.

Todos los artistas presentes en la colección de Méndez Sánchez están vivos, salvo uno. Sueño de navegante rinde homenaje a Ernesto Rancaño, fallecido este mismo año. Lo hace con una sala que arropa un discurso artístico marcado por la carga simbólica del cuerpo femenino, de esa relación entre mujer y Cuba. 

«En su obra fue dejando mucho de su propio ser» y por eso, al entrar en la sala se siente una carga emocional. Un ligero cambio en la atmósfera, efímero y sutil como su obra, compuesta por piezas que implican mucho al espectador.