Una gran María Vázquez brinda en «Matria» el orgullo y la furia de los perdedores

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

María Vázquez, en un fotograma de «Matria», filme con que Álvaro Gago debuta en el largometraje.
María Vázquez, en un fotograma de «Matria», filme con que Álvaro Gago debuta en el largometraje. Avalon

El filme de Álvaro Gago, bien acogido en la sección Panorama de la Berlinale

16 mar 2023 . Actualizado a las 16:13 h.

Se presenta Matria, desde lo rotundo de su mismo título, como una película de mujer, de actriz. El debut de Álvaro Gago en el largo —en un desarrollo con variaciones de su premiado cortometraje del 2017 del mismo nombre— tiene en su epicentro, como motor emocional y narrativo tout court, a María Vázquez. Todo Matria, su pulso, sus sístoles y diástoles dramáticas, nacen del braceo en movimiento perpetuo del personaje de la actriz y de su quijotesca lucha contra un mundo que le es hostil. La respuesta en modo de continua acción-reacción contra las aspas de los molinos de viento adverso de la explotación social, en una fábrica de las Rías Baixas o como posible kelly. Contra el ninguneo afectivo del hombre con el cual convive o, más bien, malvive. Contra el desencuentro con una hija que se ha ido de casa y se pasa el día en un bar. En el fondo, contra sí misma, porque hasta el oasis de efímera felicidad metaforizado en esa noche de copas sin fin con su amiga del alma se encarga ella de fracturarlo como en un acto fallido, con ese tono de bronca, de ventolera, de remolino o maelstrom que la significa y la persigue. Como un sello puñetero de la furia y el orgullo de los perdedores que plantan cara a esa corriente que tira de ellos hacia abajo.

Álvaro Gago sirve con solvencia narrativa ese maratón del hastío. Logra que se respire extenuante y lleva a su agonista a un cul-de-sac resuelto con la misma limpieza alejada de cualquier truculencia malbaratadora que es el honesto hábitat de Matria. Y el trabajo de María Vázquez es tan exigido que la lleva a actuar como poderosa fuerza centrífuga. Como directa consecuencia de su diario de combate expulsa al exterior noche a todos los que la rodean o han formado parte de su vida. Y solamente encuentra un punto de apaciguamiento en la única persona ajena por completo a su territorio vital, el hombre mayor al que atiende unas cuantas horas al día. En esa exposición absoluta —ella ocupa casi cada plano de los cien minutos de Matria— cabe el riesgo de la sobreactuación. Y es un acto de gran nobleza actoral la manera en que Vázquez bordea en ocasiones ese peligro para salir de él indemne y focalizar en lo intenso de su registro la ceremonia del dolor hecho verdad con el cual la película de Álvaro Gago conecta desde el territorio de Arousa con el lenguaje universal de los irredentos pero nunca entregados. Y de la huida como único camino para escapar del torbellino perfecto.

La sección oficial de la Berlinale arrancó afinada con Rolf de Heer y su obra The Survival of Kindness. Retoma en ella el leit-motiv de su cine: los crímenes contra la población aborigen australiana desde la colonización hasta el presente. Y hacia el futuro, si atendemos a su reformulación de otro paisaje posapocalíptico, este depurado por De Heer con su excelente película. En la primera secuencia, vemos como una mujer negra es transportada al desierto dentro de una jaula y allí abandonada a su suerte. Lo que después viene es un demoledor excurso por un desierto de Tasmania que semeja el de las epidemias de la peste. Y la cinta desarrolla un brillante giro de guion que sitúa a la protagonista en un bucle y eleva The Survival of Kindness por encima de categorías de cine de género.

La alemana Someday We’ll Tell Each Other Everything, de Emily Atef, trata del deseo culpable en la pasión puramente sexual que vive una joven con un maduro granjero en el momento en el cual la Alemania que ellos habitan —el régimen comunista del Este— acaba de desaparecer. Es sugestiva esa plasmación del amor y la pérdida o la tragedia asociada a dos seres que ven desaparecer el mundo que han conocido y aceptado, mientras a su alrededor se celebra la fanfarria de la Alemania reunificada.

Por último, Blackberry, de Matt Johnson, es puro cine de la fórmula de ascenso y caída de un imperio económico, en la jungla de nerds y tiburones a lo Wall Street de la primera serie de teléfonos inteligentes, abocada al colapso con la irrupción de Steve Jobs. Es esencialmente correcta. Pero nada pinta, como artilugio comercial de la Paramount, compitiendo en la Berlinale.