Lois Patiño sube en «Samsara» varios peldaños en su indagación del gran cine sensorial

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma de la película «Samsara», última obra de Lois Patiño y que se estrenó este lunes en Berlín.
Fotograma de la película «Samsara», última obra de Lois Patiño y que se estrenó este lunes en Berlín.

La película, exhibida en la sección Encounters de la Berlinale, supone una cima del entrañamiento, un metafísico vaso comunicante, un «cierra los ojos» que viaja de Laos a Zanzíbar

20 feb 2023 . Actualizado a las 23:51 h.

Veo Samsara, la tercera presencia de Lois Patiño en la Berlinale en ediciones consecutivas. Esta vez en la sección Encounters, lugar reservado en esta nueva etapa con Carlo Chatrian como director artístico del festival para las más apreciadas apuestas de riesgo. Y en las imágenes de esta película se respira el ascenso de la obra de Patiño en magnitud, como exploración del gran cine de los sentidos.

Es un proceso de superación que se puede apreciar desde la ya enorme Lúa vermella, vista aquí en febrero del 2020 como cine abisal que parecería atender al horror vacui planetario al que nos asomábamos, y a través de la nocturnidad cosmogónica indeleble de El sembrador de estrellas en la pasada edición de este certamen.

Para llegar a este nuevo estadio que es Samsara y a su profundo asentamiento en la calma, casi como una necesidad. Así hay que entender el viaje del cineasta vigués después de la furia que casi succionaba la energía desde la pantalla fagocitadora de Lúa vermella. Y tras la belleza inquietante -por las concomitancias de la noche que no acaba y que susurra citas muchas de ellas perturbadoras- en El sembrador de estrellas.

Fotograma de la película «Samsara».
Fotograma de la película «Samsara».

Samsara es un acto del gran cine del entrañamiento, entendido en su literalidad, como una íntima unión. Y esta es la manera en la cual se fusiona y se permea la acción entre dos lugares, un templo budista de Laos y las marismas de Zanzíbar, en Tanzania, a partir de vasos comunicantes metafísicos, en los antípodas de la celeridad del metaverso que se encarna ahora mismo en algunas memas y exitosas pseudopelículas norteamericanas.

El parteaguas que se presenta como nuclear en Samsara es una experiencia que procede de la idea de reencarnación budista. Y la petición de Lois Patiño al espectador para que transite por ese puente prescindiendo de la vista y recibiendo en la oscuridad flashes y efectos lumínicos reactivos es una propuesta de radical coraje, un más allá en ese universo inmersivo que es motor de los mejores impulsos de este autor. Este cierra los ojos es una declaración -también- de mayúsculo amor y confianza en el cine en pantalla grande. Porque resulta literalmente imposible disfrutar de esta experiencia rupturista -que tendrá largo recorrido- si no es en una sala de proyección.

La belleza de las imágenes y el ritmo del lado del río de la vida en Laos es otro hito en la colaboración de Patiño con Mauro Herce, maestro de la luz esencial no solo en el cine del vigués sino en el del Novo Cinema Galego. Una fuerza que acompaña el trayecto experimental con la sala en oscuridad quebrada.

Y que transita hacia esas mujeres que trabajan frutos del mar en la legendaria Zanzíbar: el puerto de los esclavos, entre Arabia y la India. Y la presencia de los masái. Otra vez los ecos del mito a partir de un guion escrito esta vez por Patiño y Garbiñe Ortega. Y Samsara engrandecida, como un viaje para el cual el director negocia con su espectador una participación activa y necesaria. Qué mayor revolución democrática en tiempos de la robotización del consumo de imágenes en plataformas que esta confianza ciega y bella en la vida, en el arte y en sus mutaciones.

El primer filme esencial a concurso

En la sección oficial asisto a la primera película realmente esencial del concurso. La cinta mexicana Tótem la dirige Lila Avilés, cuya ópera prima, La camarista, anunciaba ya una mirada singular. Su nuevo trabajo se centra en la fiesta de cumpleaños que debe ser la última de un hombre joven y fatalmente enfermo. Sobre ese telón de fondo, Avilés compone y coreografía una inesperada obra coral de impacto emocional y artístico elevadísimo. Aliña la inevitable tristeza con un baño de celebración de la existencia, de la amistad o de los otros seres queridos. Asentada sobre los detalles, la tersa inteligencia, un pudor elegante para nunca visualizar los estragos de la agonía. Creo que desde El espíritu de la colmena no había visto la mirada de una niña tan noblemente potenciada como aquí. Se llama Naíma Sentíes.

La actriz Montserrat Maranon y la realizadora Lila Avilés posan con la niña actriz Naíma Sentíes.
La actriz Montserrat Maranon y la realizadora Lila Avilés posan con la niña actriz Naíma Sentíes. Clemens Bilan | Efe

En la escasa hora y media que dura el filme descubres que lo que iba a ser casi un velatorio es un espacio de humanidad donde te gustaría quedarte toda la noche. O una semana. Y ya el arranque de esta liturgia -de lo que va a ser una elegía en vida- ofrece un banquete de loquísima comicidad muy mexicana, donde santos y demonios se confabulan para avisarnos de que se aproxima una ola de cine de sensibilidad y altura inauditos. Se llama Tótem. Y es, ciertamente, en su falsa sencillez, un precioso, sagrado, miracular monumento, construido desde lo más chiquito. Y que se merece el oro.

Philippe Garrel

También competía en esta jornada uno de los grandes nombres de esta Berlinale. El francés Philippe Garrel, ese eslabón perdido entre la nouvelle vague y lo que vino después. Garrel logró encontrar su lugar no negociable Y desde él se expandió en una no pequeña serie de películas que trataban el desamor, la (in)fidelidad, la inconsciencia de la pasión, la esclavitud de los deseos, las relaciones de dominio que presiden las normas de las parejas con grado de enganche desigual.

Las adicciones sin juicio moral alguno. La admiración por la mujer, a veces quizás con una mirada que algunos hoy querrán cancelar. Y también, en ocasiones, cierta misoginia oculta en los pliegues de su tan relevante obra fílmica. Más de veinte películas en los últimos 50 años. De un tiempo a esta parte dio Garrel alguna pista de que su mejor momento de inspiración era cosa del pasado. Algunos o algunas colegas han insistido mucho en que su penúltimo largo, titulado La sal de las lágrimas ofrecía secuencias propias de lo que en plata se llama viejo verde. Los comprendo. Sé a qué se refieren y pueden tener su razón. Pero a mí me sigue emocionando. O sea, que no sé si también deberían cancelar mi mirada.

Fotograma del filme del cineasta francés Philippe Garrel «Le Grand Chariot».
Fotograma del filme del cineasta francés Philippe Garrel «Le Grand Chariot».

Garrel estrenaba en la Berlinale Le Grand Chariot. Es una película sobre los suyos. Literalmente, la cinta va de un grupo de comediantes -de titiriteros-, tres de los cuales son los hijos del cineasta, Louis y Esther Garrel (con carreras de sobra conocidas y muy vinculadas desde hace décadas a la filmografía paterna) y la mucho menos activa Lenna. Tiene Le Grand Chariot bastante que ver con una muy lejana película del director, Les baisers de secours, donde el propio autor interpretaba a un cineasta en rodaje; su padre en la vida real, Maurice, lo era igualmente en la ficción. Y Louis debutaba en pantalla, con seis años.

No será casualidad que uno de los actores de la citada Les baisers de secours, Aurelièin Recoing, vuelva a trabajar con Philippe Garrel más de treinta años después, para oficiar ahora en Le Grand Chariot de jefe del clan, es decir, del alter ego ficcionado del cineasta. Le Grand Chariot posee bastante interés en cuanto a juego especular de una familia de comediantes dentro y fuera de la dramatización.

Esta aquí la idea de morir en escena, con las botas puestas, como casi hicieron Godard o Agnés Varda. Y la trama de relaciones sentimentales fallidas lleva el sello del Garrel de los últimos tiempos. El diferente rasero que parece presidir los corazones rotos de las mujeres y los roles a veces castigadores de alguno de los varones suspendería un examen de primero de corrección.

No quiero decirles lo que hoy se opinaría sobre las actuaciones de François Truffaut o del mismo Godard si hubiese que ponerles a todos el termómetro del Ministerio de Igualdad. Pero en la película -que es voluntariamente menor- late a ratos ese sentido garreliano de la sobrevivencia (o no) en la despiadada selva de los sentimientos. Es suficiente para que esté Le Grand Chariot por encima de la media de lo que hoy se hace con miedo a ofender a los nuevos curas del pensamiento.