Creador del rural territorio imaginario, forjado al calor de lumbre, el galardón consagra al gran fabulador «irrealista» leonés
08 nov 2023 . Actualizado a las 14:29 h.Luis Mateo Díez, el gran fabulador de las letras españolas, el prolífico creador del mítico territorio rural de Celama, ganó este martes el Premio Cervantes, tres años después de recibir el Premio Nacional de las Letras Españolas. Con 81 años cumplidos, subía el penúltimo escalón para llegar al más alto galardón de las letras hispanas, un Cervantes que ratifica el magisterio del gran escritor leonés. Un autor que se define a sí mismo como «irrealista» y cuya obra, heredera de una cultura oral y con el dominio de una técnica y un lenguaje poético de extraordinaria riqueza, se caracteriza por su singularidad y su preocupación por la dimensión moral del ser humano.
Conectado con la tradición fabuladora de Castilla y León, escritor de largo aliento y titular del sillón I (i mayúscula) de la Real Academia Española (RAE) desde el 21 de mayo de 2001, Luis Mateo Díez es dueño de uno de los universos más ricos personales de la narrativa en español. Autor de novelas, cuentos, microrrelatos, artículos y otros textos a caballo entre la memoria, la reflexión, la ficción y el ensayo, su obra surgida al calor de la lumbre es heredera de la cultura oral en la que nace y de la que registra su progresiva desaparición.
Hijo de la bruma
Nacido el 21 de septiembre de 1942 en Villablino, en el brumoso Valle de Laciana, donde su padre era funcionario municipal, Luis Mateo Díez se trasladó en 1954 con su familia a León. El contacto con el rico acervo del medio rural determinó su temprana disposición hacia lo imaginario, ya fuera oral o escrito.
Estudió Derecho en Oviedo y en Madrid e ingresó en 1969, por oposición, en el Cuerpo de Técnicos de Administración General del Ayuntamiento de Madrid, alternando la oficina funcionarial con la creación literaria «en un equilibrio óptimo» hasta su jubilación.
Con la trilogía formada por El espíritu del páramo', La ruina del cielo y El oscurecer, creó su propio territorio imaginario: el reino de Celama, metáfora rural y «ventana a lo más hondo y misterioso del corazón humano». Un territorio que conecta con esa España vacía de futuro incierto «sin destino» y tendente «al olvido absoluto», a juicio de este dotado creador de nebulosas «ciudades de sombra». Celama es a Luis Mateo, lo que Macondo a García Márquez, Yoknapatawpha a Faulkner, Santa María a Onetti, o Región a Juan Benet.
Repite el autor de La fuente de la edad, su obra más reconocida, que sus libros «nunca serán 'best-sellers'», que se reta a sí mismo en cada página y que se considera «privilegiado por tener lectores fieles y esforzados; cómplices que dan la cara».
«Soy un contador de historias y un constructor de personajes que también establecen complicidad con los lectores, que están conmigo casi de forma incondicional y que cada vez son más», se ufanaba al recibir el Premio Nacional de Las letras hace tres años. «Es muy de agradecer cuando se escriben novelas que no son novelas para lectores que no son lectores», ironizaba el autor de Los ancianos siderales, narración que transcurre en la residencia de El Cavernal.
No piensa apearse del «realismo irrealista» que trufa sus historias también en su madurez. En 2019 publicó Juventud de cristal, un relato sobre la fragilidad de esa época de la vida, «no en un sentido generacional o testimonial, sino sobre el mito de esa edad» que mezcla misterio y humor, «que es también una mirada de lucidez».
Este Cervantes, al que era reiterado y claro aspirante, se suma a la larga lista de premios que Luis Mateo inauguró con el Café Gijón por Apócrifo del clavel y la espina (1972). Llegaron luego el Ignacio Aldecoa por Cenizas (1976), dos veces el Nacional de Narrativa (1987 y 2000) por La fuente de la edad y La ruina del cielo -también el Premio de la Crítica- o el Francisco Umbral por La cabeza en llamas (2012).
Algunas de sus obras se han llevado al cine, como La fuente de la edad, rodada por Julio Sánchez Valdés, el cuento Los grajos del sochantre o El filandón.