La novela «Tesis sobre una domesticación» llega este miércoles reescrita a las librerías: «La actriz protagonista soy yo mirándome al espejo», advierte la autora argentina
17 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Camila Sosa Villada (Córdoba, Argentina, 1982) rechaza todo lo que tiene que ver con Milei, al que, dice, reciclando a Freud, rodea la atmósfera de lo ominoso. La gente tiene miedo, cada día un colectivo social o profesional se topa con que las políticas que anuncia arremeten contra su modo de vida. «El viejo, el vendedor ambulante, el editor... Los argentinos se preguntan cada mañana quién saldrá afectado ese día por una nueva medida. Ha vuelto el miedo a ser pobre, a tener hambre, a no poder pagar la luz. Por eso me llama poderosamente la atención la cantidad de maricones, lesbianas y travestis que apoyan a Milei. ¿Por qué les parece justo lo que propone? La diversidad aliada con estas nuevas derechas, me parece un fenómeno digno de estudio. ¿Cómo es posible que la comunidad LGTB, si es que existe, se sume a ciertos discursos de los que siempre nos han perseguido, encarcelado, asesinado? Como no sea en una búsqueda de la igualdad de los estúpidos, los hijos de puta, los cretinos, los crédulos...», fustiga la escritora.
Sosa no teme a Milei —«él es solo la punta del iceberg»—, pero concede que, como persona que creció en la pobreza, no quiere perder ese modo de vida de aspirante a los vicios burgueses ahora amenazado. Admite que los escenarios convulsos la motivan como escritora. «Así de egoísta y narcisista soy. Es que además yo me crie en un mundo como este, en la década de los 90, donde todo peligraba, los años de saqueo y violencia. Es en ese espacio donde siento una necesidad de constante relación con la palabra que en la tranquilidad no me visita. La escritura es hija del caos —asegura—. No hay terreno más fértil para una escritora como yo, no sé para el resto». Y prosigue desafiante: «¿A quién le interesa un escritor zen?, ¿a quién, un escritor feliz? A nadie», proclama. Lo mismo, insiste, ocurre con el teatro, un universo que también frecuenta no únicamente como dramaturga. Y zanja resolutiva: «La literatura y el teatro son antisistema, antiEstado, antitodo».
Es esa ola frenética, relata, la que la empuja en estos momentos en la escritura de un nuevo libro, La peor hija del mundo. Pero no hay que adelantar acontecimientos, la oportunidad de la charla con Camila Sosa —en una videoconferencia organizada por el sello Tusquets— es la presentación de su novela Tesis sobre una domesticación, una obra que publicó en Argentina en el 2019 y que, después de adaptarla al cine —la autora desempeña el papel principal en el filme—, la ha reescrito para hacer que su protagonista esté si acaso más harta de sus sometimientos. La novela llega este miércoles a las librerías.
No es Camila Sosa adepta a las bondades de la corrección política. Es más, se arroga «el derecho de la provocación del que hablaba Pasolini, el derecho al escándalo», que practica, aclara, más en la vida que en la literatura. Se declara travesti, nunca trans. Y atribuye este frío nomenclátor a «quilombos» que montan los europeos y chancea mencionando al filósofo burgalés Paul B. Preciado.
Travesti, no trans
Reivindica la palabra travesti, que, arguye, proviene de «un lenguaje inventado en Latinoamérica, allí donde los travestis existíamos —con mapuches, mayas, incas...— antes de que llegaran los españoles a estas tierras. No sé si nos lo decían entonces despectivamente. En todo caso, me niego a usar en mis libros mujeres trans porque semeja una identidad nacida de un repollo y me parece antiliterario. Pero, sobre todo, en Latinoamérica, el término travesti replica automáticamente imágenes de gran potencia como noche, ropas, pobreza, cuerpo, rechazo, semen, violencia, crimen...». La rodea, incide, un aparato político, económico y social de aciaga fuerza que se resiste a rehuir.
La protagonista de la novela Tesis sobre una domesticación es trans, como Camila Sosa, quien —si bien la novela no es autobiográfica— revela: «La actriz soy yo mirándome al espejo, amándome, es el personaje que he creado que más se parece a mí, soy yo en un 90 %, con su miedo a enamorarse, su miedo a ser domesticada, su miedo a formar una familia». La escritora ha hundido su escalpelo en la raíz del matrimonio, en sus debilidades y perversiones, en las relaciones familiares, y en las terribles violencias que muchas veces ocultan. En el fondo, explica, late la advertencia de que «se puede acabar bañada en sangre por no hacer frente al que te está esclavizando». Aunque en no pocas ocasiones, agrega, esto ocurre por ignorancia: «Una no hubiera podido ser domesticada si tuviera conciencia de que estaba siendo domesticada».
Marguerite Duras, Anna Magnani y Miguel Delibes
Asume orgullosa Camila Sosa los elogios que recibe por la maestría de sus diálogos y el realismo y la belleza que alcanzan los pasajes de sexo en sus obras, en particular en Tesis sobre una domesticación. Dice que lo aprendió de su admirada Marguerite Duras, y cita títulos como El hombre sentado en el pasillo, El amante y El arrebato de Lol V. Stein. De Duras, prosigue, adoptó también ese gusto por el narrador como voyeur, como el que espía a través de una cámara, y que la alienta a introducir un tercero en las escenas sexuales.
Similar devoción siente por las actrices —«desde que empecé de chiquita a ver películas»—, mujeres de fuerte personalidad como Anna Magnani, Jeanne Moreau y Gena Rowlands —igualmente después ahondó en las vidas de escritoras y cantantes, como Billie Holiday—, que la «volvían loca» y que formaron parte inseparable de su educación sentimental. Desde entonces, siempre sintió «curiosidad por investigar qué clase de mundo las fundó». Esa indagación está presente en esta novela, como también la dualidad rural/urbano, que la seduce por lo que supone de decisivo en la conformación de una persona. Ese contraste, recuerda, ya lo intuyó en las novelas de Miguel Delibes, que leía de pequeña. No hay que olvidar que Camila Sosa, de niña, detalla, «vivía en una casa en medio del monte».