La hija de Alice Munro: «Mi padrastro abusó de mí cuando era una niña; mi madre lo sabía y decidió quedarse con él»

CULTURA

Una imagen de archivo de la escritora canadiense Alice Munro.
Una imagen de archivo de la escritora canadiense Alice Munro. ROBERT HOWARD

Andrea Munro publica un desgarrador testimonio en un periódico canadiense apenas dos meses después de la muerte de la escritora

09 jul 2024 . Actualizado a las 19:13 h.

Alice Munro tenía una mancha, mayúscula y viscosa, de la que no solo nunca habló —ni escribió—, sino que directamente ignoró, conviviendo con ella media vida. Barrió bajo la alfombra, mirando hacia otro lado, callando lo que, ahora que ya no está, ha decidido contar su hija menor, Andrea Munro, de 58 años, víctima del traumático episodio y, sobre todo, de su silencio. «Mi padrastro abusó sexualmente de mí cuando era una niña; mi madre, Alice Munro, lo sabía y decidió quedarse con él»relata en una sobrecogedora confesión al periódico The Toronto Star.

El testimonio, ya de por sí escalofriante, resulta especialmente incómodo por cómo y cuánto recontextualiza la imagen de Alice Munro y, también, su obra (El progreso del amor, Las lunas de Júpiter, Amistad de juventud, Demasiada felicidad), perversa la disociación, compleja la digestión de la verdad: que también las personas cuestionables, incluso aquellas que cometen actos despreciables, son capaces de generar arte, belleza. Si precisamente de la oscuridad es de dónde nace la literatura ese ya es otro debate. A la premio nobel, su hija le contó a los 25 años que su marido había abusado de ella cuando solo tenía nueve. «Ella reaccionó como temía que lo hiciese, como si se hubiese enterado de una infidelidad», cuenta. Se fue de casa, sintiéndose completamente traicionada por su pareja. «Cuando intenté explicarle todo el daño que aquello me había causado, se mostró incrédula». Era 1991.

El relato se remonta a 1976, cuatro años después de la separación de Alice y Jim Munro, padres de cuatro chicas de entonces entre 23 y nueve años. Aquel verano, la más pequeña pasó las vacaciones con su madre y su nuevo marido, Gerald Fremlin, que un día aprovechó la ausencia de la escritora y se metió en su cama. A la mañana siguiente, la niña no fue capaz de levantarse, aquejada de una intensa migraña que ya nunca más la abandonaría, un dolor crónico reverberación de una herida mayor.

«Solo quería volver a casa y estar con mi padre, su mujer y mi hermanastro, Andrew. Fremlin me llevó al aeropuerto y durante el trayecto me dijo si jugábamos a un juego llamado ''enséñame'', pero me negué —escribe Andrea Munro—. Entonces me pidió que le contase detalles sexuales, me preguntó qué hacía con otros niños y me contó cosas sobre sus relaciones». De vuelta en Victoria, Andrea le contó lo sucedido a la esposa de su padre y esta a su marido quien, haciendo oídos sordos, siguió mandando a su hija cada verano a casa de Alice y Fremlin, directa a la boca del lobo. «Al principio me sentí aliviada de que no dijese nada, porque mi madre me había reprochado en alguna ocasión que su marido me quería más a mí que a ella; sabía que, si se enteraba, me echaría la culpa. Luego, la inacción de mi padre me hizo sentir que no pertenecía a ninguna de las dos familias, que estaba completamente sola». 

Los abusos se alargaron durante años. Andrea Munro creció a golpe de atracones de comida, vomitándolo todo, sin dormir, conviviendo con insoportables cefaleas. Tenía 25 años cuando su madre le habló de un relato sobre una niña víctima de abusos sexuales y fue entonces cuando se decidió a escribirle una carta explicándole todo lo que había pasado. La humillación, sin embargo, pudo más. Sintiéndose completamente traicionada por el hombre al que amaba, Alice Munro se marchó, abandonándole; abandonándolos en realidad a los dos. Con él acabó volviendo. «Se quedó a su lado hasta que murió, defendiendo que yo había hablado muy tarde, que a él lo quería demasiado. Esgrimió que lo que había sucedido era algo entre Fremlin y yo, que ella no tenía nada que ver».

En el 2005, Andrea Munro denunció los abusos a la policía y Fremlin se declaró culpable. «Cuento esta historia, mi historia, porque me gustaría que formara parte de los relatos que se cuentan sobre mi madre. Muchas personas influyentes sabían lo que ocurría y, aún así, contribuyeron a una narrativa falsa. Hasta ahora».