Los miedos que no podemos nombrar

CULTURA

07 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Odiosas criaturas más próximas a nosotros que cualquier otro fantasma». Así definió Virginia Woolf a Quint y la señorita Jessel, los dos espectros que acosan a Miles y Flora en la mansión de Bly, que se aparecen en una torre, tras una ventana, más allá del lago, a una inexperta y joven institutriz atrapada en una casona en medio de la nada. Es ella la que, relato dentro de un relato, cuenta su experiencia. Y esa primera persona alucinada, sola en su descenso a los infiernos, se convierte en el vehículo con el que Henry James entra despacio en la mente del lector. Y nos pone frente a un mal que nosotros tampoco conocemos, así que es posible que esa crueldad que tal vez sufrieron los niños tenga para cada uno de nosotros un sentido diferente. El propio James escribió que, cuando se enfrentó al dilema de explicar los males que Quint y Miss Jessel habían cometido en vida, optó por la sugestión, lo que él llama el sombreado. Y eso es lo que hace, magistralmente: ocultar todo el horror que hayan podido ver o sufrir esos dos niños en el pasado, y que les acecha en el presente, dejarlo a la imaginación de la institutriz... y de los lectores. «¡Lo saben!», grita. ¿Qué saben? Algo que ella desconoce, o que se niega a mencionar. Porque si los niños perciben a los fantasmas igual que ella, pero con una naturalidad que le resulta repulsiva, ¿hasta qué punto han estado expuestos a su influencia Miles y Flora, incluso tras la muerte de sus antiguos cuidadores?

A medida que la oscuridad avanza, lo innombrable y lo intangible se instalan entre la institutriz y los niños. Esa incertidumbre, lo que no se cuenta porque no debe, no puede, ser contado, es el terror definitivo: no sabemos nada, tan solo que hay una amenaza en la sombra. James siempre habla de fantasmas... ¿pero podría ser mal otra cosa? ¿El delirio de una mente enferma e impresionable, mucho más peligrosa para los niños que Quint y Jessel? La ambigüedad con la que James relata la historia, y su abrupto final, permiten quedarse con cualquiera de las opciones: los fantasmas reales o los fantasmas creados por una mente desquiciada, capaces de destruir con idéntica maldad. ¿Acaso no son ambas igual de aterradoras?