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A él siempre le quedará París

DEPORTES

El navarro prepara su retirada después de treinta años de trayectoria y siete victorias en el Tour de Francia, la carrera que ha marcado su vida

07 ene 2008 . Actualizado a las 02:08 h.

Mientras la Vuelta 2007 agonizaba por las calles de Madrid, en el autobús del Caisse d'Epargne buscaban un maillot amarillo del Tour. El equipo quería darle una sorpresa en la cena a Óscar Pereiro, que acababa de ser reconocido por la UCI como vencedor de la Grande Boucle del 2006. Un jersey oro de la ronda española no servía. «Le preguntaremos a los del Discovery. Seguro que alguien tiene un maillot amarillo por ahí», señaló uno de los auxiliares. «¿Uno del Tour? No creo», respondió José Miguel Echávarri. El director general de la formación francesa tenía razón. Nadie encontró la prenda deseada aquel día, quizás el último de Echávarri en activo en una gran vuelta. Seguramente esa tarde se escuchó el lapidario «es que el Tour es el Tour», una de las frases de cabecera del navarro.

Echávarri (Abarzuza, 1947) ya divisa el final de la carretera. Va a despedirse del ciclismo. De su formación, la más antigua del pelotón internacional. Y del Tour. Su Tour. Dijo una vez que la primera participación en esta carrera es como el primer amor. Con esa ilusión, ingenuidad y timidez. El flechazo ciclista de Echávarri tuvo lugar en 1983 al frente del Reynolds. Entendió entonces que para él ya no habría otra competición igual. Y encabezó junto a su inseparable Eusebio Unzué la reconquista de Francia por parte del ciclismo español. Primero, con Perico Delgado. Después, con Miguel Indurain. Y, al final, cuando ni se lo esperaba, con el gallego Óscar Pereiro.

Unzué y él elaboraron toda una filosofía de su prueba favorita. «No son los corredores los que eligen al Tour. El Tour elige a sus corredores y los engancha», aseguran.

Pero los dos saben mejor que nadie que el Tour puede ser tan deslumbrante como ingrato. Saturno devorando a sus hijos. Echávarri vivió en primera persona los capítulos recientes de la historia del ciclismo. Sintió la presión de la organización tras aquel falso positivo de Delgado. Su Banesto fue uno de los equipos que abandonó el Tour del 98 cuando estalló escándalo del Festina. Y la mañana posterior a la expulsión de Michael Rasmussen, en la edición del 2007, Echávarri, con las manos en los bolsillos, aseguró junto al autobús que nadie debería tomar salida. Quizás se notaba que el cansancio desgastaba su peculiar amor.

En la tormenta, si Manolo Saiz fue el azote, Echávarri personificó la templanza. Paciencia para ver cómo se iba fraguando Indurain. Aguante para intentar amansar el carácter de Armand de las Cuevas. Tranquilidad para esperar a Valverde.

Últimamente se quejaba de la arbitrariedad de los organizadores del Tour y de la vertiente mercantilista de la UCI ProTour. Las cosas han cambiado mucho desde su etapa de ciclista, cuando coincidió en el Bic con Anquetil y Ocaña. Era un equipo en el que pululaba también el inefable Jean Marie Leblanc. Un cruce de caminos. Lejos queda también aquella época en la que trabajar como camarero en el hostal familiar.

Ahora forma parte de la Santísima Trinidad de los ilustres patrones del Tour. Echávarri suma siete triunfos. Los mismos que Cyrille Guimard, que ganó con Van Impe, Hinault y Fignon. Y uno menos que Johan Bruyneel, que ha conquistado ocho. Echávarri es uno de los pocos que puede decir que siempre le quedará París.