Para José Mourinho la queja es costumbre. Los árbitros son su blanco favorito. Para él, siempre perjudican al Madrid favorecen al Barcelona. Y también lamenta que los rivales sean más duros con su Cristiano que con Messi, que otros equipos se dejen ganar por el Barça (de ahí nació la polémica con Manolo Preciado) y que la grada rival silbe a su estrella y aplauda a algunos culés. Hasta se molestó cuando recogió el Balón de Oro como mejor entrenador porque lo presentaron como técnico blanco y no mencionaron al Inter.
Pero el enemigo también está en casa. Protestó por tener que dar la cara contra los árbitros. Cansado de Benzema, lloró por las esquinas para fichar a un nueve tras haber señalado a comienzo de temporada que no sería necesario incorporar a nadie en el mercado de invierno. Y lo acabó consiguiendo. También lanzó ataques al club por su tardanza en la renovación de Pepe, jugador con el que comparte agente, Jorge Mendes. Crucificó a los médicos que recomendaron a Higuaín que no se operara. «No sé quién es el iluminado», dijo. Y se quejó porque no le permitieron compatibilizar su puesto con el de seleccionador de Portugal. Hasta culpa al pasado de su presente. Sus traspiés se deben a que blancos a la falta de costumbre de jugar Copa y Champions a estas alturas. Protestas, según Mou. Para otros, solo excusas.