El atrevimiento del gran tímido

mariluz ferreiro REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

El australiano, que digiere mal la fama, se rebeló contra su etiqueta de secundario

25 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Cuando Cadel Evans (Katherine, 1977) destrozó a Andy Schleck en la contrarreloj de Grenoble y se convirtió en el vencedor virtual del Tour 2011 dijo que su viaje a París comenzó hace veinte años. En 1991 descubrió en la televisión la grande boucle y fue entonces cuando inició su carrera hacia los Campos Elíseos. Después de dos segundos puestos alcanzó su meta.

Evans no pudo ver el Tour hasta que tuvo 14 años. Porque su familia no tenía televisión. Nació en el norte del sur. En un pequeño pueblo de Australia. Aunque después sus padres se trasladaron a la comunidad aborigen de Barunga.

Los inicios de Evans se forjaron en bicicleta de montaña. En carretera siguió una senda prometedora, pero también tortuosa. Pasó por el Mapei y conoció a su preparador, Aldo Sassi, que falleció el pasado mes de diciembre a causa de un tumor cerebral y cuyo nombre era inevitable en las dedicatorias de Evans. Vivió en el Telekom una etapa de ostracismo y de lesiones. No encontraba su sitio. Era un elemento extraño, un australiano en un equipo que quería estrellas alemanas.

En el Lotto brilló, pero no evitó que siguieran asignándole etiquetas de chuparruedas y segundón. Llegó a recibir apodos crueles, como el payaso triste. Siempre en el vagón de cola de los favoritos cuando llegaba la montaña. Sin dar relevos. Sin atacar. Esperando a la crono final. Y la crono final le falló dos veces en el Tour. En el 2007, cuando se impuso Alberto Contador. Y en el 2008, cuando venció Carlos Sastre. Dos segundos puestos con el reinado de Contador en el horizonte. Quizás repasando su trayectoria no es extraño que entre sus libros favoritos figure Las uvas de la ira, de John Steinbeck, esa gran crónica sobre los desheredados.

Su carácter no ayudaba a que la tormenta de críticas amainara. Es introvertido y su timidez no siempre es bien entendida en el pelotón. Llegó a blindarse como hacía Lance Armstrong. El peso de la fama. Los focos lo incomodan. No se siente carne de fans. Ni es mitómano. Asegura que la única imagen de un ciclista que ha colgado en su habituación es una de Tintín. Se declara fan del cómic de Hergé y de los automóviles clásicos, modelos cuidados en los que no sufre el castigo de las dos ruedas.

Su privacidad es sagrada para él. «Soy de los tipos a los que les gusta que los dejen en paz», dice. El corredor vive en Stabio, Suiza, con su mujer, la pianista y profesora de música Chiara Passerini, de nacionalidad italiana. Allí disfruta de la tranquilidad que desea. «En este pueblo tienes todo lo bonito de Italia, pero con la organización de Suiza. Aquí todo funciona», explica al diario The Age. Pero este Tour ha roto sus rutinas. Su esposa viajó a París con Molly, una perra negra de unos siete años que es la mejor cura anti estrés para el corredor.

Pasión por el Tíbet

Francia, por el Tour, es uno de sus ejes vitales. Pero a Evans le apasiona el Tíbet. Hace tiempo Passerini le regaló un presente curioso: apadrinar a un niño tibetano. La pareja viajó para conocer al pequeño y quedó marcada por la experiencia.

Aunque el rostro de Evans parece inmune a los sentimientos, cuando se enfundó el amarillo besó el peluche con el que premian al líder. Apenas podía contener las lágrimas. Passerini confiesa que hay otro día cuyo recuerdo siempre emociona a ambos. Se refiere al Mundial de Mendrisio, en el 2009. Evans ganó, se vistió el maillot arco-iris y se alejó de sus propios fantasmas. Dio un gran paso en ese viaje que duró veinte años.

cadel evans ganador del tour 2011