Desde la Eurocopa del 84 en Francia, en la que España cayó en la final, hasta la de Austria y Suiza, en el 2008, en la que se proclamó campeona, transcurrieron casi cinco lustros en los que la selección ni siquiera olió las semifinales. Así de largo fue el barbecho. Y, aunque pueda parecer un contrasentido, en deporte son más difíciles las digestiones con el estómago vacío que las del éxito, porque no hay precedentes de un empacho de gloria.
En Brasil el fiasco fue similar al de Francia en el 98, pero con una diferencia: el de ahora llega después de la mejor etapa de la historia. El peso de dos títulos continentales y uno mundial ha servido, cuando menos, para evitar la histeria en el análisis. Como diría José María Caneda en una de sus célebres transgresiones de las frases hechas, no es momento «para rascarse las vestiduras».
La selección está tratando de minimizar los daños de tan mayúscula decepción, y no es nada sencillo sobrellevar el trance de un trámite como el que queda por resolver mañana ante Australia.
La situación no es mucho mejor para Inglaterra, también apeada del Mundial a las primeras de cambio. Pero ahí ya han despejado incógnitas. El seleccionador, Hodgson, se ve con ganas de seguir y cumplir los dos años que tiene firmados. Y la federación no ve motivos para cambiar las coordenadas del plan de ruta, a pesar de que los resultados no han acompañado.
En España, la federación tampoco tiene dudas. Ya se ha significado, sin ambages, a favor de que Vicente del Bosque continúe al frente de la nave los dos próximos años.
La pelota está en el tejado del técnico, quien, a tenor de sus palabras y sus reflexiones, no semeja tan convencido de la continuidad. Conoce mejor que nadie la dificultad que entraña para cualquier equipo mantenerse en la cresta de la ola y sabe que es inevitable renovar y revisar el andamiaje del colectivo. Seguro que ya la tenía in mente antes de encarar la singladura brasileña. Pero no contaba con que el viento se ensortijase tanto.
El gran desafío, para España, es mantenerse en el selecto grupo de los aspirantes a todo, porque ganar es un honor solo reservado a uno y no hay una fórmula que garantice el éxito.
Argentina ganó un Mundial con Menotti y otro con Bilardo. Y es difícil encontrar dos ejemplos tan antitéticos. Messi lucha por conquistar el gran título que le falta, porque sabe lo que eso marca. Es la asignatura pendiente que dejó Platini. A saber lo que daría Cristiano Ronaldo por hacer cima con Portugal.
El reto de Del Bosque, o de quien le suceda si decide irse, es reencontrar la química que tan bien mezcló hasta hace un mes. Y no es fácil dar con la partitura, con los músicos y con las piezas para que suene la melodía del triunfo como lo ha hecho en los últimos ocho años. Tanto tiempo de sinfonía acabó con la costumbre y el recuerdo de los fiascos. Francia tomó nota tras el suyo, en Sudáfrica.