Es agotador, pero merece la pena. Por mucho que desgaste y suponga dedicar demasiadas energías a ello, la lucha contra la corrupción en la gestión deportiva es importantísima de cara al futuro del deporte. Al margen de que todavía no se ha sustanciado el caso del baloncesto, donde se acusa a José Luis Sáez de haber confundido la casa del básket de los españoles con su propia casa, bien vale el ejemplo para recordar que el asunto hace años que se nos había ido de las manos.
Los dirigentes de los clubes, los presidentes de las federaciones, los responsables de organismos supranacionales, hicieron de sus instituciones un cortijo del que beneficiarse. Unos cogiendo el dinero directamente de la caja. Otros viviendo a todo trapo con pólvora del rey y algunos consintiendo que a sus espaldas se cometieran toda clase de despilfarros, cuando no asuntos más graves.
Con José Luis Sáez, al baloncesto español no le ha ido nada mal. O por lo menos, esa sensación se ha transmitido. Ayudado por ese trasatlántico que es la selección de Gasol, la federación siempre dio una imagen de buen gobierno. Personalista, pero eficaz. Si se demuestra el uso indebido de dinero federativo para fines personales, Sáez deberá ser destituido de su cargo de inmediato. Porque los buenos resultados no justifican comportamientos indignos. De esta manera se uniría a otros personajes del deporte, como Escañuela y sus caramelos. O como Villar y sus acólitos, que ahí siguen haciendo de la federación lo que realmente le viene en gana y avergonzando a España. Porque no es para sentirse orgulloso que en el 2016, un país del primer mundo como el nuestro tenga gobernando el fútbol a alguien que sistemáticamente se niega, no ya a la modernidad, sino a abandonar el paleolítico.
Las cosas han cambiado, con un secretario de estado que por fin ha ejercido sus funciones de control y fiscalización. A Cardenal no le ha asustado arremangarse y entrar en combate con quien se saltara las líneas rojas de la ley. Si se echa un vistazo a sus principales detractores en los últimos tiempos, no queda más remedio que aplaudirle. Villar, Escañuela y Marta Domínguez sacaron todos los cañones contra él, pero Villar sigue siendo fiscalizado, Escañuela fue inhabilitado y Domínguez suspendida.
Efectivamente, es agotador y consume muchos recursos, pero la lucha contra la corrupción y la marrullera gestión del deporte debería ser innegociable. Si Miguel Cardenal concluye su mandato al frente del CSD al final de esta legislatura, habrá que confiar en que no volvamos a etapas como la de Lissavetzky, donde entre una buena foto y trabajar por la limpieza, siempre se elegía la primera opción.
Solo hay una manera de sentirnos orgullosos de nuestro deporte: que los deportistas no hagan trampas, que los dirigentes no nos roben y que cuando eso no suceda, los políticos no miren hacia otro lado.