El Barça alimenta la opereta del procès. Que no falte leña al fuego de la convivencia, tampoco desde el mundo del deporte. El desafío independentista también pasa por retorcer el más volátil terreno para jugar con los sentimientos identitarios. No le bastó a la directiva de Bartomeu con el partidista comunicado de hace dos semanas. Entonces, en un ejercicio de cinismo solo al alcance de auténticos equilibristas de la demagogia, tomaba parte por el independentismo. Queriendo hacer ver, al mismo tiempo, que para la junta ya empezaba el partido del 1-O «desde el máximo respeto a la pluralidad de su masa social». Pero la astracanada de ayer creció todavía más. En el palco se quiso parar el balón en una imagen más de excepcionalidad. Sin más motivo que el uso político del Barcelona-Las Palmas. Luego, si había que jugar, al menos que hubiese una estampa para alentar el victimismo. Un capricho del club de ricos del palco del Nou Camp, cada vez más encerrado en sí mismo y alejado de la imagen mestiza y festiva que en el pasado transmitió Can Barça.
Hace años, Vicente del Bosque, nada sospechoso de sectarismos, se preguntaba qué había sucedido para que el Real Madrid generase una oleada de rechazo en una gran mayoría de los campos que visitaba. La prepotencia del Madrid de Florentino Pérez había propiciado un sentimiento de hartazgo en plazas tradicionalmente amigas. Ahora el Barça, que en las últimas décadas había conseguido construir un sentimiento de reconocimiento alrededor de su juego y disfrutaba de las simpatías que generaban ídolos cercanos y sensatos como Iniesta, Xavi o Puyol, se aleja de la afición que tiene repartida por toda España.