Hoy se cumplen 50 años de la hazaña del estadounidense, que logró saltar un 8,90 que mejoró en 55 centímetros el récord mundial
18 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Cuatro menos veinte de la tarde del 18 de octubre de 1968. Todas las miradas se centran en un joven neoyorquino de 22 años, de raza negra, que luce el dorsal 254 en su camiseta azul marina. El Estadio Olímpico de Ciudad de México está a punto de presenciar uno de los grandes momentos de la historia del atletismo. El instante en el que Bon Beamon se convirtió en leyenda.
El viento soplaba mucho a su favor, al límite para que fuera homologado, y, tras 19 zancadas, Beamon se convirtió en el saltador cósmico. Se elevó hasta el 8,90, 55 centímetros más que el récord del mundo. Incluso ahora, medio siglo después de aquella hazaña, tan solo un atleta ha sido capaz de superarlo: Mike Powell, en el Mundial de Tokio 1991, con 8,95.
Beamon llegaba a los Juegos como gran favorito. Tenía la mejor marca mundial del año (8,33) y había ganado 22 de las 23 competiciones disputadas. Sin embargo, estuvo muy cerca de arruinar su historia en la fase de clasificación, en donde coleccionó nulos hasta el salto final. «No falles, no falles», se decía a sí mismo. Y no lo hizo. Firmó un 8,19 que le permitió alcanzar la final, por lo pelos.
Inesperada hazaña
La liberación fue tal que, según publicó David Wallechinsky en su libro The Complete Book of The Olympics, hizo lo que parecía prohibido para los atletas en ese momento. Mantener relaciones sexuales la noche anterior a la prueba. «En el momento del orgasmo, abrumado por la horrible sensación de haber arruinado todo, sintió que sus posibilidades de ganar habían quedado allí, en la cama», explica. Pero nada más lejos de la realidad. Beamon superó en la final a los tres medallistas de los Juegos de 1954 con una hazaña que fue titulada como: «Una marca del siglo XXI».
Beamon tenía 22 años, medía 1,91 metros, y cuatro meses atrás había sido expulsado de la Universidad de Texas por negarse a competir contra otra escuela, que no aceptaba a negros. Curiosamente, tras aquel 8,90, el atleta estadounidense nunca fue capaz de pasar de 8,22 y ni tan siquiera participó en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972. Como homenaje, fue elegido en el draft de la NBA por los Suns de Phoenix en 1969, pero nunca llegó a jugar. Hoy, a sus 72 años, todavía podrá rememorar su hazaña.