Los pecados originales son como la carcoma. Al bicho le da igual lo buena que sea la madera. El desembarco de Lopetegui en el Real Madrid arrastra su propio pecado original. La traición. Florentino Pérez tentó al entrenador con la manzana blanca y la selección española, que entonces parecía un paraíso, se convirtió en una especie de infierno (como el averno, pero con menos espíritu y peor organización). Hace tiempo que una broma anida en las tertulias futboleras. El chiste reside en una duda: si Lopetegui va a fichar por Bildu, Esquerra Republicana, la Crida o el PDeCAT, porque alguien que hunde a la selección y al Real Madrid en poco más de cuatro meses tiene que ser el mejor candidato de cualquier partido independentista. Florentino, tan aficionado a los ránkings y a los récords, suele olvidar las glorias y miserias del pasado. El fútbol es caprichoso hasta con los de arriba. Y que sirve sus pequeñas venganzas también a paladares exquisitos. Algunas incluso en caliente, sin esperar a que se enfríe el plato. Justicia poética. Es casi cómico que en los últimos días la sombra de Mourinho enfriara la casa blanca. Al fin y al cabo, visto el palmarés anterior y posterior a su etapa, este técnico fracasó al frente del equipo merengue. Y tampoco está escribiendo las mejores líneas de la historia en el Manchester United, más allá de convocar una rueda de prensa a las ocho de la mañana y despacharla en tres minutos (y no es un decir). Parece que mencionar a Mou era una advertencia. Que viene el coco. Aviso a navegantes en pleno naufragio.
El Camp Nou dejó una metáfora de lo que pudo ser y no fue, un símbolo de la frustración. Odriozola, condenado al banquillo pese a la lesión de Carvajal, y Sergi Roberto levantando al Barcelona en la segunda parte. A finales de mayo, el jugador vasco era, para Lopetegui, el segundo mejor lateral derecho de España. Al menos eso es lo que decía su convocatoria para el Mundial de Rusia, en la que no estaba el defensa azulgrana. Hoy da la sensación de que la titularidad de Odriozola solo quedaría garantizada si una epidemia arrasara el vestuario blanco. Una epidemia real, vírica o bacteriana. Porque la deportiva es evidente.