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En la mitología griega, Niké era la simbolización de la diosa alada del triunfo. Desde los Juegos Olímpicos de Ámsterdam en 1928, su figura aparece en el reverso de todas las medallas olímpicas, independientemente de su color.
Tras el ritual litúrgico de cada premiación en el que la diosa descendió de las alturas de Tokio 2020 para ceñir con las simbólicas coronas las sienes a los triunfadores, la deidad acompañará a los vencedores en el regreso a sus ciudades, en dónde serán honrados y enaltecidos por el júbilo popular con la complacencia de los cargos públicos.
Se mantiene de esa forma la tradición de asociar las hazañas de los vencedores al sistema deportivo que les acoge, y en el que también se evalúa la capacidad de sus entrenadores, médicos y funcionamiento de las estructuras públicas. Así sucedió en el siglo VI a. de C. con el laureado luchador Milón, en donde su ciudad de procedencia, Crotona, se convirtió en un modelo deportivo de la época.
Cada una de las 17 medallas de la delegación española de Tokio 2020, tienen una historia muy distinta y asociarlas a la particular política deportiva de su entorno supone un ejercicio más complejo que antaño. En comparación con Barcelona 92, en dónde se obtuvieron 22 preseas y la quinta posición en la general, el deporte español sigue por debajo tras el examen de Tokio, con 17 medallas, descendiendo hasta la posición 22.ª.
Los factores demográficos, inversión económica y sistema deportivo, entre otros, condicionan las medallas. Australia, por ejemplo, con 25,3 millones de habitantes, que suponen el 50,30 % de la española, ha conseguido 46 medallas en Tokio, más del doble que España, cuyo gasto en deportes es muy inferior.
Las competencias en España sobre el alto nivel corresponden al Consejo Superior de Deportes y a las comunidades autónomas. El CSD acuerda con las federaciones deportivas españolas sus objetivos, programas deportivos, en especial los del deporte de alto nivel. A la Xunta de Galicia, entre otras, le corresponde aprobar un plan de instalaciones y equipamientos, así como regular y fomentar el deporte de alto nivel.
Los resultados del deporte gallego en Tokio, en comparación con otras comunidades, son buenos. El desafío es mejorar los datos en el futuro, corrigiendo temas pendientes muy importantes. En algunos deportes hubo avances significativos en infraestructuras, como el atletismo, pero en otros, caso del piragüismo gallego que es una potencia olímpica mundial, todavía no disponen de un canal de eslalon.
En cualquier caso, es preciso complementar la política de instalaciones con el apoyo a los Planes de Tecnificación de las federaciones gallegas, poniendo en valor a los entrenadores en el seguimiento a los nuevos talentos deportivos. Esto no sucede fuera del Centro Gallego de Tecnificación, muy limitado en número de deportistas. Ya existe un decreto de alto nivel en Galicia, pero ahora hay que desarrollarlo.
Aparte de resolver los criterios de financiación a las federaciones gallegas, asunto pendiente, es preciso también que los planes de patrocinio a los equipos de Alta Competición sean diferenciados, atendiendo a si pertenecen a un deporte individual o de equipo ya que, de lo contrario, los clubes de las disciplinas individuales son los grandes perjudicados cuando se aplica un baremo común. A los datos publicados me remito.
El reto del fomento al alto nivel precisa planificar los siguientes ciclos olímpicos con planes específicos, diseñados desde la Xunta de Galicia con las federaciones gallegas, y respaldados presupuestariamente, como hace el CSD con las españolas. Fondos públicos, inversión privada, talento deportivo y mucho trabajo. Solo así, Niké seguirá surcando el cielo gallego con su figura alada.