Más allá del legado deportivo y urbanístico, los Juegos han disparado el coronavirus y se calcula que costará décadas pagarlos por el aplazamiento y la falta de espectadores
09 ago 2021 . Actualizado a las 13:40 h.Con sus medallas al cuello unos y las decepciones sobre sus espaldas otros, los deportistas se han despedido de los Juegos Olímpicos más extraños de la historia por haberse celebrado sin espectadores por la pandemia del coronavirus. Después de casi tres semanas de competición, toca hacer balance de lo que los Juegos de Tokio 2020 han dejado en Japón más allá de lo deportivo.
Para empezar y, como se temía, el coronavirus se ha disparado en este país y sigue batiendo récords con más de 12.000 casos diarios, el máximo desde que estalló la pandemia en Wuhan el año pasado. De ellos, más de 5.000 se registran en la capital japonesa, que seguirá bajo su cuarto estado de emergencia hasta el 22 de agosto. Con otras diez prefecturas marcando máximos diarios, entre ellas algunas con subsedes olímpicas, como Saitama y Chiba, el Gobierno amplió las restricciones para frenar la propagación de la temida variante Delta. Detectada por primera vez en abril en la India y más contagiosa que las otras, esta cepa ya constituye el 90% de las infecciones en la región de Kanto, donde se ubica Tokio, y el 60% en el oeste de Japón.
«En muchas zonas del país estamos viendo un rápido incremento a una velocidad sin precedentes», ha alertado el ministro encargado de la lucha contra el coronavirus, Yasutoshi Nishimura, según informa la agencia Kyodo. Con el número de pacientes en estado grave doblado en las dos últimas semanas, el sistema sanitario nipón ya siente la presión y el Gobierno ha ordenado que solo pueden ser hospitalizados quienes sufran síntomas fuertes. Una medida controvertida que muchos no seguirán porque la mayoría de los japoneses culpa al gabinete del primer ministro Yoshihide Suga de este repunte de covid por no haber cancelado los Juegos.
Una vez celebrados, y con el inicio de los Paralímpicos fijado para el 24 de agosto, lo único que puede hacer ahora el Ejecutivo es intentar contener la herida con más medidas sanitarias y limitaciones. A las prefecturas que ya estaban bajo estado de emergencia se suman desde el domingo otras ocho con nuevas restricciones. Aunque no serán tan severas como en otros lugares, los restaurantes no podrán servir alcohol y se verán obligados a cerrar a las ocho de la tarde.
Esta prohibición ha forzado la clausura temporal de numerosos establecimientos. Así se aprecia en la popular calle de bares y restaurantes de Ginza Corridor en Tokio, que no se veía tan vacía desde el tsunami del 2011 que desató el accidente nuclear de Fukushima. Precisamente, en dicha ciudad el mismo aspecto tan desolador presentaba la última semana de los Juegos su céntrica zona de ocio, donde todavía no había entrado en vigor el estado de semiemergencia, pero las calles ya estaban desiertas al anochecer. Una estampa muy distinta a la que se esperaba en Japón cuando Tokio fue elegida como sede olímpica en el 2013.
Esperanzas rotas
En aquel momento, los Juegos prometían ayudar a la reconstrucción de Fukushima y otras prefecturas afectadas por la catástrofe, que fueron designadas subsedes olímpicas de Tokio. Pero, en lugar de venir la avalancha de visitantes que se preveía, lo que llegó fue el miedo al coronavirus.
Tanto, que el Gobierno nipón, en una decisión insólita, decidió celebrarlos a puerta cerrada. Además de 676 millones de euros perdidos en entradas, se desvanecían así las últimas esperanzas que quedaban de que los Juegos sirvieran para relanzar la dañada economía nipona, que sigue siendo la tercera del mundo, pero no levanta cabeza desde la crisis financiera que sacudió a Asia en 1997.
Antes de la pandemia, el Gobierno quería potenciar la industria turística con la llegada de 40 millones de turistas este año, pero el coronavirus mantiene las fronteras cerradas desde enero. Para Takahide Kiuchi, analista de Nomura, la economía nipona habría perdido 1.131 millones de euros por no permitir la presencia de espectadores. Con los estadios, hoteles y restaurantes vacíos, todo apunta a que los Juegos de Tokio serán una ruina, pero las perdidas económicas habrían sido incluso mayores si se hubieran cancelado y perdido los derechos de televisión, que son los que más dinero aportan.
Cuando el Comité Olímpico Internacional (COI) le concedió la celebración a la capital japonesa, su coste oficial ascendía a 6.163 millones de euros. Tras inflarse por los sobrecostes en infraestructuras emblemáticas como el Estadio Olímpico, que obligó al arquitecto nipón Kengo Kuma a revisar a la baja el colosal proyecto de Zaha Hadid, el presupuesto se había duplicado el año pasado hasta los 13.011 millones de euros. Con un perjuicio de 2.800 millones de dólares (2.365 millones de euros) por el aplazamiento de un año por el coronavirus, la Auditoría Nacional de Japón estima que su precio final estará en torno a los 22.000 millones de dólares (18.585 millones de euros). Pero algunos medios nipones, como Nikkei y el periódico Asahi, elevan la factura a más de 23.654 millones de euros, y varios economistas hasta los rozar los 29.566. A la vista de tales cifras, estos Juegos no serán tan caros como los de invierno en Sochi 2014, que costaron 42.246 millones de euros, ni como los de Pekín 2008, que ascendieron a 38.021 millones. Pero sí dejarán endeudadas durante años las arcas niponas, como ha venido ocurriendo con las últimas convocatorias olímpicas. Así les ocurrió a los Juegos de Atenas 2004, a los que muchos culpan del hundimiento de la economía griega durante la crisis financiera global que estalló cuatro años después y, más recientemente, a los de Río. De hecho, algunos economistas creen que los últimos Juegos que salieron rentables fueron los de Los Angeles en 1984.
Resistencia oficial
A esta amenaza económica se suma su impopularidad por el miedo al coronavirus, que ha llevado a grandes corporaciones niponas a desmarcarse de los Juegos. Junto a la retirada de anuncios de Toyota, que encima es uno de sus patrocinadores, otros magnates empresariales se han posicionado abiertamente en su contra. Mientras el consejero delegado del gigante de las bebidas Suntory, Takeshi Niinami, alertaba en CNN Negocios de que «las pérdidas económicas serán enormes», el de Rakuten, Hiroshi Mikitani, incluso había pedido al Gobierno que no los celebrara. Pero el primer ministro Suga no solo desliga el repunte del coronavirus de los Juegos, sino que se muestra convencido de los beneficios de su decisión de haber seguido adelante con ellos. En una entrevista con The Wall Street Journal aseguraba que «lo más fácil habría sido cancelarlos, pero la obligación del Gobierno es hacer frente a los retos».
Además de los intereses económicos por los derechos de televisión, le pesa el orgullo nacional, sobre todo teniendo en cuenta que China acogerá los de invierno en febrero. Que Tokio hubiera suspendido los suyos mientras Pekín prepara los del 2022 habría sido un duro golpe que confirmaría el auge y declive de uno y otro país. A pesar del fuerte rechazo social, que ha hundido su nivel de aceptación hasta el 33%, Suga no necesita moverse por cálculos electoralistas. A menos que el coronavirus provoque una catástrofe como en la India, no parece probable que la débil oposición amenace la hegemonía histórica del partido en el poder en los comicios previstos para octubre. Más allá del coste económico y humano que acaben teniendo los Juegos de Tokio, su herencia deportiva perdurará una Olimpiada, y la arquitectónica y urbanística durante décadas. Casi tanto como lo que costará pagarla.