La arousana celebra la visibilidad que la trayectoria de la selección aporta al fútbol femenino mientras medita disputar la Queens League
18 ago 2023 . Actualizado a las 11:55 h.Cuando el fútbol femenino era una excentricidad, Mari Paz Vilas (Vilagarcía, 1988) ya metía goles en cualquier circunstancia. Ahora que las chicas han cautivado el corazón de los aficionados, ella se plantea si vale la pena seguir en la brecha.
—¿Cómo está viendo el Mundial?
—Ya solo por los resultados históricos que están consiguiendo vale la pena. Ciertos medios que apenas conocían el fútbol femenino se están subiendo al carro y eso es bueno.
—¿Tiene un pronóstico para la final?
—Es difícil, pero no imposible. A un partido, todo puede ocurrir. Inglaterra era una de las selecciones más fuertes que ha habido en el Mundial, aunque han tenido bajas importantes y eso hace que España pueda competir mucho más.
—Esto va a hacer eclosionar más el fútbol femenino.
—Para las que llevábamos muchísimos años no ha sido una sorpresa porque sabíamos el potencial que tenía España. La explosión va a ser de visibilidad.
—Estaba pensando más en las niñas.
—Hombre, estamos en el siglo XXI y yo entiendo que a las niñas que quieren jugar al fútbol no se les pone impedimentos. Pero sí que tendrán muchos más referentes, podrán soñar mucho más en grande. Los padres que hace un mes eran reacios a que sus hijas jugaran al fútbol lo van a seguir siendo después de este Mundial.
—¿Para usted fue fácil jugar al fútbol?
—Para mí fue complicado y los que me conocen saben que tuve que jugar con niños, pero yo soy muy cabezota y al final lo conseguí. No había equipos ni referentes y llegué a plantearme de pequeña por qué había nacido chica si lo que yo quería era ser futbolista. No veía lo que pueden ver las niñas ahora, la posibilidad de ser campeona del mundo siendo chica y jugando al fútbol.
—Conseguir un contrato normal tampoco fue sencillo.
—Hace pocos años que conseguimos tener un convenio con un salario mínimamente digno. Antes eran contratos en B, de pocas horas, como si fuéramos trabajadoras de la limpieza. Se hacían muchísimos chanchullos. La lucha por el convenio fue de las más complicadas que afrontó el fútbol femenino y una de sus mayores conquistas.
—¿Tuvo que compatibilizar el fútbol con otros trabajos?
—No. Me daba para vivir y estudiar. Pero sí que he visto a muchísimas compañeras trabajando y entrenando a las siete de la tarde.
—¿Qué estudió?
—Fisioterapia, un máster en readaptación y otro en dirección deportiva. Me gusta estudiar, te hace estar despierta.
—¿Dónde jugará esta temporada?
—Estoy sin equipo. He tenido ofertas, pero ninguna me ha ilusionado. Me he vaciado luchando por el fútbol femenino y este año me he prometido que si no me llegaba ninguna oferta que me ilusionara no iba a jugar. Y estoy en negociaciones para jugar la Queens League, porque es una competición en la que he conseguido sacar a la niña interior que casi había olvidado.
—Se divierte más.
—Eso es. Me sentí como si estuviera en el patio del colegio y, cuando te das cuenta de que te habías olvidado de eso, es reconfortante recuperarlo.
—Igual también es más rentable.
—Depende en que equipo estés jugando. Pero yo no me muevo por dinero. Lo hago porque es una competición que me ha devuelto la ilusión. Ahora quiero divertirme si puedo.
—El campo de su pueblo tiene su nombre.
—Sí, me hizo mucha ilusión, por que fuera mi nombre, pero también porque llevara el nombre de una chica. Eso es un avance.
—Usted es goleadora. Se dice que los goleadores son algo ciclotímicos.
—Vivimos del gol y si no lo tienes, te falta algo. También se nos juzga muchísimo por eso. Yo creo que aporto muchísimas más cosas al juego, no solo goles.
—Las chicas también se llevan el balón cuando marcan un «hat-trick», ¿no?
—Yo nunca me he llevado ninguno, ja, ja. Tenemos los balones contados.
—Hay futbolistas a quienes no les gusta ver partidos, ¿es de esas?
—No, al contrario. Desde pequeña veo fútbol, me encanta analizarlo y quiero seguir vinculada al fútbol cuando termine mi carrera. Creo que no podría vivir sin el fútbol.
—¿Entrenaría a un equipo de chicos?
—Sí. No veo la diferencia.
—Por cierto, ¿entendió la protesta de sus compañeras contra el seleccionador?
—Fue todo muy hermético y, como no estuve dentro, es mejor no opinar. Siempre he dicho que hay que luchar por mejorar las cosas. Si esa era la intención, está bien hecho, pero no sé en que sentido se luchaba, así que no opino.
—¿Celta o Dépor?
—Yo me hice futbolista porque me enamoré viendo jugar a uno que se llamaba Bebeto. Llevo al Dépor en el corazón.
—Autodefínase en pocas palabras.
—Soy muy empática, muy trabajadora, muy constante, muy cabezota, pero generosa también, aunque poca gente conozca esa parte de mí.
—¿Con qué se entretiene?
—Me encanta el deporte, cualquier deporte. Siempre tengo que estar en movimiento. Y salir con mi perro. La música me encanta.
—¿Y la cocina?
—No me gusta, prefiero hacerme cargo de limpiar los platos, ja, ja.
—¿Con qué se ríe?
—Soy muy alegre; odio a la gente pesimista y me encanta hacer reír a la gente.
—¿Qué le pareció lo de Amaral?
—Muy bien. Seguimos en la lucha por derechos y por la igualdad. Todo lo que sea unirse a la lucha, bienvenido sea.
—Una canción.
—Cualquiera de Andrés Suárez.
—¿Lo más importante en la vida?
—Ser feliz. Estar contento con lo que haces, tranquilo con tu conciencia.