Las principales Ligas del mundo parando su competición durante algo más de un mes. Jugadores rindiendo a un nivel inferior en el primer tramo del campeonato porque han enfocado su preparación de cara al Mundial. Futbolistas lesionándose más de lo habitual, víctimas de una anómala planificación. Estadios llenos de seguidores de pago, que no de aficionados... Con ustedes, el Mundial de fútbol de Arabia 2034. La segunda entrega de lo que fue la cita de Catar 2022, en la que, según algunas organizaciones, miles de personas murieron mientras construían sus estadios. Un Mundial al que las altas temperaturas que se dan en el verano saudí obligarán, de nuevo, a trasladar al invierno.
Los petrodólares que han llegado al mundo del fútbol para seducir a una importante nómina de jugadores de primer nivel han vuelto a servir para comprar un Mundial. La FIFA ha sucumbido una vez más ante el poder económico del mundo árabe. Ese país en el que las mujeres siguen siendo encarceladas por todo, y en el que la tortura está al orden del día, las prisiones llenas de ciudadanos que opinan distinto al régimen y la pena de muerte no sorprende a nadie. Esa nación va a ser el centro mundial del fútbol en apenas once años.
La deriva que ha tomado la organización que dirige Gianni Infantino, que ya en el Mundial del 2030 se ha marcado el despropósito de que se dispute en tres continentes (Europa, América y África), con miles de kilómetros de distancia entre sedes, vuelve a llevar la gran cita que se celebra cada cuatro años a un estado totalitario. Para ello, primero ha tenido que alfombrarle el camino, repartiendo partidos por doquier para las citas anteriores y que, así, nadie pudiera optar al 2034, solo Arabia y sus petrodólares. Es el régimen de Infantino.